Para Rebeca

Tu papá se voló la tapa de los sesos y tu entraste al cuarto después de escuchar el disparo, así me lo contó Ale tu prima. Hasta a ese momento, a ninguno de mis amigos cercanos se le había muerto su papá, y yo no fui para buscarte porque no sabía qué decirte, hasta que te tope aquel día cuando fui a visitar a una vecina tuya. Estabas afuera de tu casa con un muchacho, nos saludamos y me dijiste: pensé que vendrías antes, te necesitaba y no estuviste.

Eras la primera amiga de mi mundo de aquel entonces a la que se le moría su padre, y aún cuando ya había experimentado el duelo con la muerte de mi abuela, no había muerto como tu padre. Años atrás, quizás cuando tenía 10, llegó mi hermano mayor a contarnos que el hermano de un vecino se había suicidado, se colgó de las escaleras con un cinturón: Tenía 14 años. Yo nunca había oído sobre el suicidio, y en casa todos estábamos impresionados, pero mis padres no nos amortiguaron el golpe, es decir, no reflexionamos como familia lo que había pasado.

Lo de tu padre fue en abril, tú cumplías 18 en mayo y yo en junio, y cuando te vi, recién los habías cumplido. Muchas veces hablamos de todo lo que queríamos ser y hacer en el mundo a partir de los 18, porque entonces todo lo que soñamos iba a empezar a suceder, pues sentíamos que al tener 18 ya seríamos suficientes para cualquier cosa.

Para mi cumpleaños 18 hubo una fiesta en casa de Jorge, también nuestro vecino, la pasamos bien, y al día siguiente me habló Ale. Habíamos estado en la fiesta la noche anterior, porque ella cumple un día antes que yo, y yo más grandes que ella por un año. Pensé que me llamaba para juntarnos y ver un partido del Mundial de Fútbol, pero me equivoqué.

Me dijo: Rebeca se suicidio, se tomó unas pastillas y se murió, su hermana, la llevó al hospital, pero no lo logró, se murió. Me quedé helada, era demasiado para procesar, hablamos para tu cumpleaños, no fuiste a la fiesta porque no tenías ganas y ante la situación nadie te insistió. Tenías otros planes que nadie sospechaba y menos conocía. Cuando Ale me terminó de contar, me retumbó en la cabeza «te necesitaba y no estuviste.»

Los amigos de la colonia nos juntamos, fuimos al velorio, yo seguía sin entender nada del porqué de tu suicidio. A los pocos días nos reunimos en casa de tu prima y platicamos.

Ale siempre ha sido muy sabia. Nos conocimos entrando a la pubertad, y ella fue quien nos presentó. Sus razonamientos y sentido común siempre me han parecido impecables, y me explicó con más detalle lo que había sucedido: «se tomó unas pastillas, y se le pasó la mano, no se quería morir, pero lo de su papá no lo supieron manejar ni mi tía, ni mis primas, y ella sólo quería llamar la atención» que así Rebeca se lo dijo a su hermana cuando iban rumbo al hospital.

Me sorprendió la manera como Ale afirmó las cosas, y con claridad concluye «y sabes qué me molesta, que se pudo haber evitado, porque le pidió ayuda a su madre, y a su hermana y no le hicieron caso, fue hasta que llegó su otra hermana que se la llevó al hospital, pero ya fue muy tarde, y te juro que no se quería ir, pero no puedes quedar bien si ves a tu papá volarse los sesos.»

Me supo mucho más amarga tu partida, cuando Jorge, que estaba ahí también, hizo el comentario que me dio una fuerte estocada; ¿si te das cuenta de que se murió el día de tu cumpleaños? Sé que el comentario, aunque fuerte, no fue con mala intención. Simplemente ató los hechos.

Tiempo después…

Vendieron la casa donde vivían, pasaron varios años, y un día que llegué a casa de tu prima, estaba ahí tu hermana, y fue inevitable referir tu ausencia y me contó: ¿Te acuerdas de ese cuadro que le regalaste?, aquel que pintaste en la secundaria, ese del pato en el lago, que lo teníamos colgado en el baño, a ella le gustaba mucho, y se lo metí en la caja cuando se fue, y de nuevo a retumbar tus palabras en mi cabeza: «te necesitaba y no estuviste.»

Por años mi cumpleaños guardó esa sombra, y aún después de la terapia, esas palabras me regresan cada vez que leo en los medios o me entero de un suicidio: te recuerdo. Y aún cuando tu rostro se me ha ido borrando con el tiempo, me hubiera gustado verte en todo aquello que soñaste, pero sobre todo, me hubiera gustado estar ahí cuando lo necesitabas, por si en algo hubiera cambiado las cosas, pero más que nada que no te hubieras ido a tus 18, con tus sueños y sin haber visto, si cumplí los míos.

Cuando alguien decide irse de este mundo y se va, la incertidumbre llena los cuerpos de los que permanecemos aquí. Nos quedamos con muchas preguntas por hacer al que se fue, las cuales no podrán ser contestadas, pero nos queda algo, hablar del tema sin reservas con lo cual quizás, sólo quizás se puede evitar que otros se vayan así.


Lorena González Boscó, comunicóloga, internacionalista, profesora universitaria, constructora de ciudadanía, periodista, amante de los perros y amiga de los gatos. «Siempre he creído que más vale gente comprometida que capaz, porque la comprometida se hace capaz, pero la capaz no necesariamente comprometida.»

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