Una constante en los últimos establecimientos a los que he asistido es: el error.
Al principio pensé que mercurio retrógrado estaba haciendo de las suyas o que traía mi propia nube lluviosa de mala suerte, como esas imágenes caricaturescas de los cómics, pero conforme estas ideas infantiloides fueron descartadas, comencé a tomar más en serio y de manera más responsable la verificación de aquello que al principio parecía ser sólo una racha de mala suerte y desafortunadas coincidencias.
Muchas veces he visto que las personas una vez que llega el recibo de aquello que han comprado, o la cuenta del restaurante, proceden a pagar inmediatamente con la rapidez de quien quisiera saltar el momento donde los billetes o la tarjeta electrónica hacen lo suyo, dejando de lado el oportuno minuto donde con una breve revisión podrían constatar si lo cobrado es correcto.
Otra tarea dónde este ejercicio es olvidado es en la adquisición del supermercado donde asumimos automáticamente que con cada sonido que produce el código de barras se carga nuestro producto sin margen a la equivocación.
Para todos esos seres plenos de confianza en que “el margen de error es inexistente” tengo unas noticias que seguramente les limpiará esa inmaculada idea. Las personas se equivocan. Los establecimientos también.
Pero otras veces las personas “se equivocan” y los establecimientos “también”.
Una semana revisando tickets
Siempre he procurado revisar con dedicación los tickets y notas de los establecimientos, pero a raíz de una situación que viví en una conocida tienda de telas e insumos para el hogar en Prolongación Paseo Montejo, ahora es prácticamente un obligado el revisar con lupa lo adquirido y cobrado.
Mientras caminaba hacia la caja con mis artículos en mano, revisaba la nota y me percaté que en el ticket impreso se encontraban 3 artículos de más, que yo no había adquirido. Uno de ellos era por la cantidad de 245 pesos aproximadamente, lo cual aumentaba el valor de mi cuenta total por bastante más de lo que yo había contemplado y ese fue el primer signo de alerta. “A ojo de buen cubero”, me di cuenta de que mi total y los objetos que llevaba no eran coincidente. Llegué a la caja y le comprobé a la cajera que el recibo y mis objetos no coincidían y aunque con una actitud hostil decidió rehacer el recibo y justificándose innecesariamente del error, culpando a la máquina lectora del código de barras que supuestamente no había borrado la cuenta anterior (¡?!) pude tener una nueva nota y pagar lo que yo sí había adquirido, solamente.
Imaginé cuántas personas de avanzada edad estarían pagando en la caja, muchas de ellas ya con vista cansada o con menos herramientas de tiempo y dedicación que yo para poder revisar sus cuentas podrían ser blancos de estos peculiares errores de la máquina en cuestión que “había olvidado borrar los artículos anteriores” y aumentaba mi consumo hasta un 45%. Lamentablemente esta no era la primera vez que me sucedía que en alguna tienda se me cargaba un artículo no adquirido. Una semana antes en una tienda de deportes atrás de Plaza Galerías, sucedió algo muy similar, se me había “cargado a mi cuenta” una gorra y un bat que jamás adquirí, lamentablemente no me percaté hasta haber pagado la cuenta y al ir revisando el recibo camino a la salida, lo noté. Regresé a la caja y el chico que me atendió me comentó que era una “falla en el sistema del establecimiento” y que fuera a servicio al cliente donde se me haría la devolución a mi tarjeta bancaria en un lapso máximo de 48 horas.
“Strike” 3
Podría numerar la gran lista de mini tragedias de mi semana de la consumidora con mala estrella o de mi afición por encontrar errores, pero tomaría una lectura de mayor tiempo, sólo querría acotar que esto sucedió por lo menos cuatro ocasiones más en distintas tiendas y restaurantes, este tipo de omisiones, errores o detalles. No quisiera sonar desconfiada, dejaré al aire la pregunta ¿se estará haciendo una práctica rutinaria?
La última experiencia sucedió apenas hace unas horas al ir a cenar a conocido restaurante, de conocido hotel del centro de la ciudad. Elegí una entrada acompañada de una copa de vino tinto y mi acompañante optó por un café capuchino con unas crepas. Al llegar la cuenta mi acompañante decidió cubrir la cuenta, no permitiéndome pagar, agradecí el gesto de generosidad ofreciendo cubrir la propina, para ello tomé la nota y automáticamente realicé la revisión de la que ya me estoy volviendo experta después de la racha que he tenido. ¡Bingo!, una vez más. O ya se corrió la voz en la urbe de que soy el rival más débil o traigo cámara escondida: había un “detalle”. En la cuenta apareció un simpático helado de vainilla que no habíamos consumido. Decidí mostrarle a nuestro mesero la nota a lo cual respondió que había olvidado traernos el helado que incluía las crepas. ¿Había olvidado traer el helado? ¿Y si no me hubiera dado cuenta, como a muchas personas a diario les sucede? En fin…esta historia espero que deje de continuar…
Corolario: Revisa tus recibos, notas, facturas, tickets. No está de más, no está de menos. Y recuerda que, como consumidor, tienes derechos, no sólo obligaciones.
Daniela Esquivel: Directora de escena, promotora de lectura, profesora y colaboradora de medios digitales. Exploradora gastronómica y lectora incansable. Nómada entre la Gran Tenochtitlan y la Tierra del Faisán y del Venado.