En los últimos años, hablar de salud mental se ha vuelto parte de la conversación pública: vemos memes terapéuticos, términos clínicos en TikTok, diagnósticos viralizados y discursos de «amor propio» por todas partes. Pero entre la psicología que circula en redes y la vida real, muchas personas siguen sintiendo que pedir ayuda es aceptar que están fallando, que no pueden solos o que algo en ellas “está mal”.
Lo escucho constantemente en consulta y talleres:
“Yo pensé que venir era reconocer que ya no podía con mi vida”.
“Solo vine porque mi pareja insistió, pero la verdad me daba pena”.
“Me dijeron que hablar de mis emociones era hacerme la víctima”.
Frases así revelan una idea muy común: que cuidar la salud mental es un acto de reparación, no de crecimiento.
Y no. Yo no trabajo desde ahí.
A veces pensamos que la salud mental es un lugar al que vamos cuando “algo está mal”, como si necesitáramos una reparación. Como si la vida se midiera entre estar roto o estar arreglado. Como si pedir ayuda fuera aceptar que fallamos en algo que deberíamos haber podido solos.
Y no. Yo no trabajo desde ahí.
Para mí, la salud mental no trata de corregir personas, sino de acompañarlas a entender su historia, a escucharse por dentro y a construir caminos que tengan sentido para su vida. No trabajo para decirle a alguien cómo debería vivir, sino para caminar a su lado mientras descubre lo que necesita, lo que siente y lo que quiere construir.
“Nunca había pensado que también se vale estar acompañado sin que eso signifique que estoy mal”.
“Creo que no necesito arreglarme, necesito entenderme".
Mi enfoque —ya sea en consulta, talleres, conferencias o clases— parte de un principio simple: somos seres humanos antes que diagnósticos, identidades, roles o expectativas. Somos procesos, heridas, decisiones, aprendizajes y posibilidades. Somos historias que siguen escribiéndose.
Y cuando alguien llega, no lo miro preguntándome qué “está mal con esa persona”, sino qué le ha pasado, qué necesita, qué mundo habita, qué relaciones la atraviesan y qué caminos no se le han hecho posibles todavía.
“Yo pensé que el problema era yo, pero ahora veo que estoy sobreviviendo a cosas que nadie debería pasar solo".
Por eso no suelo usar un lenguaje técnico cuando no hace falta. No creo en esconder la comprensión detrás de términos complicados ni en hacer inaccesible la conversación sobre salud mental. Prefiero que lo que hablamos se entienda, se pueda sentir en el cuerpo y se pueda usar en la vida real: en casa, en la escuela, en la pareja, en el trabajo, con la familia, consigo mismo.
Tampoco hablo de sexualidad o género como quien dicta reglas. Hablar de cuerpos, identidades, deseos, afectos y relaciones humanas no debería ser un ejercicio de corrección ni de vergüenza. Prefiero abrir espacios donde cada quien pueda mirar quién es sin miedo, sin juicio y sin tener que encajar en una definición prefabricada. No busco ordenar a las personas en categorías; busco acompañarlas a habitarse con dignidad.
“Nunca nadie me había preguntado cómo quiero vivir mi cuerpo, solo cómo debía”.
Lo mismo sucede con las emociones. No doy talleres para “controlarlas”, como si fueran un peligro. Acompaño a comprenderlas, a nombrarlas, a usarlas como información valiosa para la vida. Si no escuchamos lo que sentimos, lo que sentimos termina hablándonos a gritos.
Mi trabajo también reconoce algo fundamental: nadie vive su vida en el vacío. Las personas existen en familias, escuelas, comunidades, desigualdades, violencias, contextos culturales y políticos. Acompañar a alguien implica mirar su mundo, no solo su mente. Por eso trabajo también con colectivos, docentes, organizaciones, instituciones y movimientos sociales. Lo personal es social, y la salud mental también.
“Pensé que era mi culpa, pero ahora veo que estoy reaccionando a un contexto injusto”.
Lo que intento construir no son espacios donde alguien reciba instrucciones, sino lugares donde pueda experimentarse, pensarse, reescribirse. No prometo soluciones rápidas ni transformaciones mágicas. Prometo presencia, escucha, claridad, acompañamiento y un espacio donde no tengas que proteger tu verdad.
“Aquí no siento que tenga que justificarme”.
“Me siento acompañadx, no observado”.
Al final, lo que busco es sencillo: que las personas vivan con más conciencia, con más libertad, con más cuidado hacia sí mismas y hacia quienes las rodean. Que encuentren herramientas, palabras y procesos que les permitan caminar su vida con un poco más de paz —y a veces, con un poco más de valor.
Porque nadie necesita ser arreglado. Necesitamos ser acompañados.
Si esto te resonó
Te invito a estar pendiente de próximos talleres, publicaciones y espacios formativos, o a escribirme si quieres iniciar tu propio proceso personal o formativo.
La salud mental no se vive solo—se camina acompañado.
¿Te gustaría ser parte del camino?

Psicólogo y Sexólogo humanista
Activista social, apasionado por la promoción de las salud mental, la educación de la sexualidad y la prevención social.
El poeta decía «caminante no hay camino, se hace camino al andar»
Y estoy convencido que en esta vida caminamos y lo hacemos en compañía.
ENTRADAS RELACIONADAS

