Estar atentos a señales que distan de lo común, es vital para la salud mental y física.
La palabra «incontinencia» se relaciona de manera automática con la alteración del organismo caracterizada por la pérdida involuntaria de orina, debido a la falta de control de la vejiga que resulta, generalmente, de alguna enfermedad.
Aunque los síntomas de la enuresis, como se le llama también, varían de individuo a individuo, las micciones frecuentes o urgentes y las fugas tras realizar algún esfuerzo, son los más comunes entre los casi 400 millones de personas en el mundo que la padecen.
Existen, sin embargo, otras incontinencias menos conocidas, que tienen lugar en una parte del organismo bastante alejada del sistema urinario: la mente.
La «incontinencia en el pensar», igualmente diagnosticada como «pensamientos en tropel», consiste en un trastorno de la estructura de las ideas, donde estas adquieren una representación espacial por parte del paciente, que las describe como una muchedumbre desordenada y confusa que cruza de golpe por su cabeza.
La investigación de este trastorno tuvo como pionero al psiquiatra peruano Honorio Delgado, uno de los pocos médicos latinoamericanos que entablaron una relación cercana con el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, quien lo llegó a describir como su «primer amigo extranjero».
Pese a que Delgado terminó por distanciarse totalmente de las teorías freudianas, realizó sus propios estudios sobre la personalidad y el carácter, descubriendo que la incontinencia del pensamiento puede inhibir la voluntad, la lógica y la actitud crítica del paciente por varios minutos o durante horas.
El pensamiento en tropel suele ser un rasgo característico de la esquizofrenia, pero no es exclusivo de ella, pues puede estar asociado a diversas condiciones psicológicas o neurológicas.
La otra incontinencia recibe el nombre de «afección pseudobulbar» (PBA, por sus siglas en inglés) y podría definirse como una expresión emocional exagerada: un estallido de risa o de llanto, en una situación en la que tal comportamiento no se justifica.
Dicha patología fue reconocida a fines del siglo XIX, por neurólogos alemanes y franceses, pero ha cobrado notoriedad en los últimos años, tras la popular película El Guasón, en la que su protagonista tiene episodios de risa descontrolada y fuera de contexto, por lo que trae siempre consigo una tarjetita donde explica que su reacción es producto de una condición médica.
De hecho, en los 122 minutos del largometraje, nunca se menciona el nombre del padecimiento que sufre el personaje principal; sin embargo, la afección pseudobulbar y la epilepsia gelástica fueron las más sugeridas por los diversos especialistas, entrevistados en el marco del estreno de la cinta.
Aun cuando la risa o el llanto es totalmente involuntario, su manifestación puede causar vergüenza, ansiedad e incluso agotamiento, ya que las crisis pueden durar varios minutos, menoscabando la calidad de vida y las relaciones sociales de los pacientes, muchos de los cuales ni siquiera saben que tienen PBA y se limitan a autonombrarse «muy simples» (de risa fácil) o demasiado sensibles.
Es importante aclarar que la labilidad emocional, como se le conoce también a este trastorno, se distingue de un ataque de risa o de llanto común por su duración, su intensidad y su impropiedad. Si bien es cierto que muchas personas experimentan una risa nerviosa en situaciones de estrés o incomodidad, como un mecanismo de defensa, en el caso de la afección pseudobulbar se trata de una risa explosiva, desproporcionada, repentina, sin un desencadenante obvio… y lo mismo sucede con el llanto.
Tanto los pensamientos en tropel como la afección pseudobulbar pueden ser síntomas de otras enfermedades subyacentes, como esclerosis, Alzheimer, accidentes cerebrovasculares o tumores cerebrales, por lo que si adviertes en ti o en algún familiar una oleada de pensamientos confusos o una reacción emocional inapropiada y excesiva en circunstancias que no la ameritan, debes solicitar atención médica inmediata… quizás una de esas molestas «incontinencias» sea capaz de salvarles la vida.
Edith Montserrat De la Barrera Balbuena, comunicóloga, periodista, correctora de estilo y aprendiz de lengua de señas. Una zurda apasionada del cine, fan de la Navidad y amante de las galletas. Osa de corazón, pero con un hijo pingüino. «Don Quijote decía que ‘la pluma es la lengua del alma’ y yo dejo un tanto de la mía en cada nota que escribo para VIVE MÉRIDA»
ENTRADAS RELACIONADAS