Lun. Oct 13th, 2025
En días pasados participé como organizador del Congreso de Educación Financiera para la Salud Mental, llamado Mente Capital. Y unos de los principales temas fue el estrés financiero.

Posteriormente participé en una entrevista que me hicieron sobre el estrés laboral.

Así que decidí retomar los contenidos del Congreso y de la entrevista para compartir por aquí:

 El enemigo silencioso que llevamos dentro

Hay batallas que no se libran afuera, sino dentro de nosotros.

El estrés es una de ellas: una presencia callada, que comienza como un murmullo y termina habitando cada rincón de la mente, del cuerpo, de la vida.

En lo laboral se disfraza de largas jornadas, de salarios que no alcanzan, de exigencias sin tregua. En lo financiero aparece como deuda, incertidumbre, miedo al mañana. Y cuando ambas tensiones se encuentran, el silencio duele.

Entre el trabajo y la frustración

El estrés laboral no siempre se muestra de golpe. A veces llega como una tensión en la espalda, como noches sin descanso, como la sensación de que lo que hacemos no basta.

El problema no es la presión en sí, sino lo que ocurre cuando esa presión se vuelve constante y no tenemos las herramientas para sostenerla.

México lo sabe bien: la inflación, la precariedad, las expectativas desmedidas han hecho del trabajo un terreno fértil para la ansiedad. Y lo que empieza como cansancio termina como enfermedad: hipertensión, depresión, desconexión con uno mismo y con el entorno.

El peso de las deudas

El dinero —o su ausencia— también habla.


El estrés financiero no solo se mide en números rojos, sino en noches de insomnio, en discusiones en pareja, en esa sensación de ahogo que no se disipa aunque respiremos profundo.

Cuando los ingresos no alcanzan para cubrir lo básico, cuando el futuro se percibe como amenaza, la mente se enreda en pensamientos de desesperanza. Y ahí, en ese punto, el estrés deja de ser solo preocupación: se convierte en herida.

Señales que el cuerpo grita

El cuerpo siempre habla, aunque no lo escuchemos:

  • Insomnio que roba energía
  • Gastritis que quema por dentro
  • Contracturas que tensan hombros y cuello
  • Lapsos de memoria, dificultades para concentrarse
  • Irritabilidad que fractura vínculos.

El estrés no se queda en quien lo padece: invade a la familia, al equipo de trabajo, a la comunidad. Se convierte en un eco que viaja, multiplicando su efecto.


Volver a respirar

¿Qué hacer cuando el enemigo está adentro?

No se trata de negarlo ni de esperar a que desaparezca. El primer paso es reconocerlo: ponerle nombre, aceptar que lo sentimos.

Luego vienen los pequeños gestos:

  • Respirar con consciencia, mover el cuerpo, compartir lo que duele, pedir ayuda.
  • Hacer de la prevención un hábito y no una urgencia.

Porque el estrés, aunque sea enemigo, también puede ser maestro: nos muestra nuestros límites, nos recuerda que no somos máquinas y que necesitamos cuidar lo que somos para sostener lo que hacemos.

Quizá el reto no está en eliminar el estrés, sino en aprender a transformarlo.
Que no sea el silencio el que nos consuma, sino la conciencia la que nos devuelva la calma.
Que no sea la deuda o la exigencia la que marque nuestro rumbo, sino la certeza de que cada paso merece ser habitado con dignidad y cuidado.

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