¿Te lo llevas puesto o lo guardas sin estrenar?

Un dilema que va más allá de la ropa y refleja distintas filosofías de vida.

Estás paseando en un centro comercial y aunque no fuiste con la intención de comprar, de pronto se aparece frente a ti una blusa espectacular: color gris pizarra, manga tres cuartos, con un hombro descubierto y una discreta hilera de aplicaciones que parecen perlitas. 

Apenas la miras, piensas que lucirá fantástica tanto de día como de noche, ya sea para un viernes casual en el trabajo o para una reunión con tus amigos, así es que no lo dudas y sacas de inmediato tu cartera para pagarla.

Entonces, tu hermana te dice que justo con esos jeans que traes se vería genial y sugiere que te la lleves puesta, por lo que comienza a flotar en tu mente la pregunta de los 64 mil: “¿la estreno de una vez o espero una ocasión especial para darle el famoso ‘remojo’?” 

Sabes que no hay una opción mala, ambas son válidas y respetables, pero algo en tu interior te causa inquietud al percatarte de que esa decisión no se limita a la blusa, sino que impacta otras áreas de tu entorno, porque está vinculada con tu manera de vivir.

¿Realmente disfrutas el momento, ese “aquí y ahora” que enarbolan los expertos en desarrollo humano y mindfulness? O, al contrario: ¿dedicas la mayoría de tus pensamientos a formar expectativas buenas o malas sobre un futuro que es naturalmente incierto y postergas todo, incluso tu gozo presente?

Y es que ese dilema que inicia en el probador de una tienda no termina en el armario, sino que se extiende a otros espacios, como la cocina… porque aquellos que prefieren aguardar a que llegue el momento idóneo para usar una prenda parecen ser los mismos que dejan para el final de la comida su bocado favorito (muchas veces ya frío).

Dicen los expertos que uno de los grandes problemas de la juventud actual es no saber retrasar su deseo inmediato para esperar una mayor recompensa; ya desde los años sesenta, el psicólogo estadounidense Walter Mischel aseveraba que la habilidad de controlar los impulsos de corto plazo teniendo en mente la gratificación posterior, podía constituir la clave del éxito en la vida. 

Y lo probó con un grupo de pequeños de 4 años, a quienes sentó frente a una mesa con un malvavisco y les invitó a pasar unos veinte minutos resistiendo la tentación de probarlo, a cambio de recibir (transcurrido ese tiempo) dos malvaviscos como premio. Mischel descubrió que solo uno de cada tres niños era capaz de rechazar el impulso del momento.

…mientras tu hermana continúa su disertación sobre lo bien que la blusa te combina, viene a tu cabeza la frase que aprendiste de niña en la escuela teresiana: “que no son buenos los extremos, aunque sea en virtud” y, dirigiéndote a la cajera, le dices animosamente: “me la llevo puesta”.

Concluyes que sabrás esperar la recompensa en aquellos asuntos que puedan ofrecerte una mejor calidad de vida, pero que, de igual modo y en un sano balance, elegirás aprovechar en el momento aquellas oportunidades que tal vez no se repitan… después de todo, dicen por allí que no hay momentos ideales; vivir es la ocasión especial en sí misma. 

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