Ya iniciaron oficialmente las campañas, y mi intención era escribir acerca de ellas para seguir sobre la línea de la responsabilidad ciudadana, pero me cuesta mucho trabajo hacerlo ya que, una vez más, son un mal remake de una mala película. La misma mierda de siempre, en diferentes colores, con algunos protagonistas nuevos, otros reciclados, ausencia de ideologías, exceso de intereses egoístas, violencia en todas sus modalidades, en fin, no sé qué me esperaba, creo que en mi interior ya sabía que me iba a estrellar nuevamente contra la desilusión y, aún así, aceleré.

Por esta razón, dejaré el tema político electoral para la próxima semana, y en esta ocasión compartiré contigo algo más digerible, más personal, más trascendental…

Siempre he intento que mis acciones sean reflejo de mis palabras, que mis palabras sean reflejo de mis pensamientos y estos, a su vez, reflejo de mis sentimientos. Sí, ¡está cabrón!, por eso digo que “intento”, no siempre me sale y, a veces, cuando me sale, me va de la fregada, pero… Lo seguiré intentando.

Sin embargo, conozco a alguien que logra todo esto, y más, sin esfuerzo alguno… Mi perro Lucas.

Uno de esos placeres sencillos que disfruto enormemente es salir al porche que da al jardín cuando está lloviendo, prender la chimenea y, ahí, junto al aroma a tierra húmeda, ponerme a escribir.

Pues resulta que una de estas noches de lluvia salí al porche, prendí la chimenea, me serví una copa de vino y me puse escribir, bueno, intenté escribir, pues no pude, ya que me comencé a preocupar por el Lucas quien, en pleno aguacero, andaba corriendo como cabra loca en el jardín.

Tras una retahíla de reprimendas Lucas me hizo caso y se acercó. Lo regañé lo sequé, le dije que se quedara junto al fuego de la chimenea e intenté concentrarme en mi trabajo, pero, más tardé en acomodarme, que Lucas en salir corriendo nuevamente al jardín al encuentro con la lluvia.

Y mientras una congestión mental y emocional (libro, serie, distribuidores, editores, bancos, deudas, tiempos, elecciones, plataforma, perro mojado, etc., etc.) se iba hacinado en mi interior, Lucas estaba patas para arriba, atrapando gotas de lluvia con el hocico abierto.

En ese momento, desee tener la sabiduría y congruencia de Lucas, que sabe disfrutar el momento sin importar las circunstancias, que vive la vida más que preocuparse por ella, que nunca guarda rencor, que se divierte con los detalles, que es leal y que, aunque esté todo mojado, es feliz gozando la tormenta, mientras uno se resguarda de ella.

– Perro loco… – Le dije

– Humano pendejo – Estoy seguro que me lo dijo, empapado, sonriendo condescendiente.

@jmpumarino

José María Pumarino, escritor, cineasta. Leyendo aprendí a perderme, escribiendo a encontrarme.

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