No todos tenemos alguien que nos escuche con empatía y amor

De acuerdo con los filósofos y biólogos más sobresalientes, los seres vivos tenemos la tendencia natural a preservar la vida, no sólo la propia, sino la de los demás. En un evento de peligro, buscamos la supervivencia y protección propia y de nuestra propia especie. Los seres humanos nos diferenciamos de los animales por el complejo proceso de pensamiento, y en esta importante diferencia, Sigmund Freud introduce la idea del pulso de vida y pulso de muerte. Esto es complejo de explicar, pero muy a grandes rasgos, el pulso de vida es el impulso inconsciente hacia sobrevivir y el bienestar, sin embargo, el pulso de muerte se explica como un impulso inconsciente con tendencia hacia la autodestrucción.

Son nuestros pensamientos los que construyen la narrativa y sostienen las emociones que tenemos día a día. Un ejemplo burdo de impulso de vida sería llevar una alimentación sana de acuerdo con nuestras propias necesidades, la búsqueda de relaciones afectivas positivas y hasta la elección de actividades placenteras. Bien bonito que suena esto, sin embargo, el impulso de muerte nos acompaña toda la vida según Freud. Puede manifestarse en cosas sutiles que van desde elegir alimentos que causan dolor en mi organismo, por ejemplo, aquél que se toma un espresso triple y tiene úlceras estomacales o soportar humillaciones e insultos de mi pareja, jefe o algún familiar. ¿Se te ocurren otros ejemplos de impulso de muerte?

Seguramente entre tus pensamientos surgió el suicidio, porque ¿Quién se atrevería a quitarse la vida? ¡Qué horror! Pero si la vida es un regalo divino, y sí lo es, pero permíteme darte un pequeño ejemplo para demostrarte que el suicidio es una situación muy compleja de búsqueda de bienestar (equivocada, pero válida para aquél que planea realizarlo). El 11 de septiembre de 2011, con las Torres Gemelas incendiadas en New York, vimos a personas de los pisos más altos, aventarse por las ventanas. El resultado era obvio, si se aventaban iban a morir, pero las opciones de esas personas eran muy limitadas, lo más probable era que murieran quemados, una muerte sumamente dolorosa.

De acuerdo con Víctor Frankl, autor de “El hombre en busca del sentido”, siempre tenemos dentro de nosotros el poder de decisión. Considerando esta idea junto con el impulso de vida (Freud) podríamos concluir que las personas que sienten que tienen el poder de decisión, van a optar por el bienestar, y esa persona en la torre de New York se decidió por una muerte menos dolorosa. Es así como una persona toma la decisión de suicidarse, no busca morir (aunque esa es la consecuencia inmediata) sino la cesación del dolor y sufrimiento. Buscando su bienestar, buscando que termine la agonía, su decisión es terminar inmediatamente con ello.

El 90% de las personas con ideaciones suicidas, padecen una enfermedad mental. La mayoría de ellos no pide ayuda debido al estigma y tabú que hay respecto al suicidio, incluso, la depresión en muchas culturas es vista como algo negativo, como algo de lo que hay que avergonzarse. Las pocas personas que llegan a mencionar que están deprimidas o expresan que sienten un vacío existencial, reciben respuestas como “¿Por qué alguien como tú debería estar triste?” “Échale ganas”, “La depresión es para flojos”, “la tristeza es una excusa”, etc.

Este tipo de comentarios, que expresan nuestra forma de pensar, alejan a la persona de pedir ayuda. Elton John, el famoso cantante y pianista británico intento quitarse la vida 2 veces “¿Por qué? Si es rico y famoso” pues porque hay una diferencia muy grande entre lo que las personas dejan ver de sí mismas y lo que realmente están pensando y sintiendo. Somos una sociedad de apariencias, se celebran los éxitos, los logros, el dinero, la belleza física, todo lo que aparenta brillo, recibe elogios y atención ya sea de manera presencial o en redes sociales. Pero el brillo muchas veces es falso, se aparenta para ser aceptados, porque buscamos reconocimiento, porque la sociedad y las familias ponen expectativas sobre nosotros y nosotros tenemos expectativas muy altas de nosotros mismos.

Te invito en este momento a reflexionar si tu vida y tu persona están a la altura de tus propias expectativas ¿Te pesa? ¿Te duele? ¿Te sientes menos? ¿Te comparaste con alguien? Tal vez pensaste que no eres o tienes todo lo que quieres, pero eres una persona valiosa y poco a poco podrías lograrlo, o sientes un impulso enorme de lograr todo lo que quieres, y eso está bien.

Pero cuando eres un adolescente y/o una persona altamente sensible (concepto explicado por la psicóloga norteamericana Elaine Aron) tu percepción de la vida y las opiniones de ti mismo van a ser muy diferentes. Tal vez no te sientes valioso, ni guapo o inteligente, tal vez crees que todos son mejores que tú, te importa mucho que la sociedad no te acepta, tus padres no reconocen quién eres realmente o no estás a la altura de las expectativas de tu familia, tu pareja o las personas en general. Te comparas y siempre sales “perdiendo”.

Día a día, momento a momento estás pensando lo inadecuado y mal que estás y lo que se espera de ti. Es una carga muy pesada y a lo largo del tiempo, se va haciendo un patrón de pensamientos autodestructivos que traen consigo desesperanza, dolor y agonía. Actualmente muchas personas con y sin diagnóstico de depresión viven así. Mi mamá siempre me decía que no tomara decisiones cansada, enojada o triste, me aconsejaba tomarme una siesta, esperar y después, con una mente fresca, podría ver las cosas con otros ojos y tomar una mejor decisión.

No todos tienen alguien que los escuche y los mire con empatía y amor, así que se encierran en sí mismos con esos pensamientos y esas emociones. Día a día se les va acabando cualquier esperanza que pudieran albergar. Lo que busco al compartirte esto es que cuestiones tus creencias preestablecidas sobre la depresión y el suicidio.

Según la Organización Mundial de la Salud, existen 280 millones de personas con depresión alrededor del mundo, después de la pandemia, aumentó la prevalencia de depresión y ansiedad en un 25%. Cuando vemos a una persona muy bien y luego escuchamos que se suicidó, evitemos realizar juicios. Cuando escuches que alguien tiene depresión, evita el impulso de comentar y activa la escucha.

Estamos tan acostumbrados al constante parloteo de los pensamientos internos y al ruido externo que no valoramos el silencio. Considera que a veces, tus creencias y comentarios sobre lo que es bienestar o “debería de ser” son destructivas para aquellos que dices amar.

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