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Muchos accidentes se pueden evitar. Quizá un gran porcentaje.

Cuando hablamos de accidentes automovilísticos la revisión del cómo ocurrieron los hechos, nos permite comprender que algunos de ellos son completamente evitables y que incluso el sólo suceso es por demás incomprensible.

Ignoro si personalmente tengo un radar para captarlos o si la “suerte”, me ha colocado en el momento justo de presenciar algún siniestro, pero en los últimos seis meses puedo asegurarles que he visto por lo menos de dos a tres choques a la semana, en diversos puntos de nuestra ciudad.

¿Qué nos estará pasando?, me he preguntado en más de una ocasión.

En uno de esos aciagos días, me detuve al presenciar uno de los accidentes mencionados frente al Súper Akí de Altabrisa. En el conocido cruce que no cuenta con semáforo, muchas veces he tenido que activar mi extrema atención para poder circular ambas avenidas que forman un entrecruce.

El aparatoso percance me hizo querer comprender más y decidí detenerme. Una vez comprobado que los conductores se encontraban ilesos, que el accidente había ocurrido 35 minutos antes de que yo llegara y que las ambulancias ya se habían retirado permaneciendo solamente los ajustadores y los dueños de los vehículos, me enfilé a hacer algunas preguntas a los testigos que se encontraban, con la firme convicción de comprender más acerca del choque y quizá lograr un poco más de entendimiento sobre la razón del porqué hay tantas colisiones automovilísticas por lo menos en este norteño rincón.

Charlé con un reportero que se encontraba cubriendo el siniestro y tomando fotos.

¿Cuál cree que sea la razón por la que ocurren tantos choques en nuestra ciudad?, le pregunté.

“Supongo que tenemos demasiada prisa”.

La prisa fue la culpable a ojos de este hombre.

La respuesta con mucha sinceridad, he de decir, que me dejó tremendamente insatisfecha. Pero él insistió una y otra vez en que no hay mucho más sobre qué indagar. Sólo la prisa.

Aún me sigo preguntando… ¿la prisa?

Sigo sintiéndome insatisfecha y he tenido que abrir preguntas que permanecen en el aire.

¿Cómo hemos aprendido a manejar? ¿Tenemos consciencia de la responsabilidad que implica estar frente al volante? ¿Tenemos respeto por el resto de las personas que conducen, por los peatones, ciclistas? ¿Nuestro egoísmo es más grande que el sentido de comunidad?

Existen países donde obtener una licencia para conducir es un verdadero proceso digno de ganarse a pulso el ser llamado: conductor. Incluso hay personas a las que les ha tomado años.

Podríamos eximirnos de culpa y achacar nuestros males a la ciudad, a la extrema flexibilidad de las autoridades de tránsito, a las calles mismas, a las tradiciones, hasta a la luna llena en Urano, si deseamos, pero y la parte de responsabilidad y consciencia ciudadana de cada persona, ¿dónde queda?

Como sigo sin encontrar los porqués, les dejo este escrito, compartiendo mi reflexión con ustedes.

 Quizá en conjunto haciéndonos preguntas, en lo que las respuestas satisfactorias llegan, podamos ofrecer a nuestra ciudad la seguridad vial que merece. Merecemos transportarnos de manera segura y eficiente y comenzar con nuestra propia persona y asumir responsabilidad y cuidado es un gran inicio. Hagamos lo propio y sumemos a otras personas a hacerlo. Es importante y VITAL comprender que todos vamos en el mismo camino…

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