Dejar que las imágenes terminen de instalarse, de penetrar. La fermentación ha sido lenta, entró por todos los sentidos, se abrazó a la piel. Dentro de las entrañas se va anidando el viento que golpeó el rostro, luego el alma, y se queda flotando en la memoria.
Así me ha ido habitando Wilma, creación de Itzhel Razo que abrió heridas, que las cavó una y otra vez, profundamente, dejándolas sangrar de un rojo tan potente que da vida. Hay heridas que se suturan, otras cauterizan solas y otras más, ya son cicatrices, todas existentes para configurar el mapa de lo que hemos sido, huella innegable de quienes nos sellaron indeleblemente y vereda hacia los pasos que vendrán delante. No somos sin nuestra herida.
Itzhel nos llevó, a quienes así lo permitimos, a abrir nuestras laceraciones, siendo la más generosa y auténtica de las guías. La honestidad de su ser y sus verdades alcanza para tocar a quienes se dejen vibrar por la brisa potente en su voz, por la suavidad en su piel, por el pavor en su gesto suspendido, por el dolor de su cuerpo arrasado, la navegación hacia los horrores del vacío. Pero Itzhel es prodigio desde su nacimiento y es maga, así que su sonrisa, matizada en pausas e intercambios con su público, es cálido bálsamo que también sana. Hechizo de grandes, histriónica en cada célula, tiene el don de ahogarnos en lo sombrío de los abismos y elevarnos al misticismo de su cuerpo entregado como un Chac mool ofrendado al escenario.
Wilma es la llaga que hereda el clasismo.
El grito ahogado que deja lo que se ha callado.
Las preguntas que golpean como huracanes incontenibles.
Las dudas que asaltan el sueño por la noche y nos abandonan insomnes.
La ausencia de una parte de nuestro ser.
También es una denuncia ante el olvido y la condena de quienes no encajan en un sistema, la obligada retirada a la periferia de quienes no cumplen absurdos cánones.
En esta pieza, Itzhel Razo abre su pecho, introduce su mano del lado izquierdo, saca su palpitante corazón sangrante, lo expone al sacrificio y nos permite alimentarnos a quienes así deseamos saciarnos del banquete. Ese inmenso acto de generosidad, creado con el mayor de los virtuosismos artísticos no puede ser más que agradecido con la verdad de lo que somos. Seamos quienes seamos.
El ciclo se funde entre un eclipse y la odisea. Itzhel viene a casa. Se deja huracanear por Wilma, en la tierra sagrada que sigue sangrante, viva, roja brillante, que no sólo blanca, luchando entre sus luces y sombras.
Itzhel es luz y es sombra. Dejar que su cosmos nos revele cosas, es una invitación que inicia con un cruce de miradas, lo demás es seguirla por el trayecto de una tétrica belleza que insufla.
Imperdible es Wilma, como inolvidable su creadora.
Reconocimiento también, al incondicional y talentoso equipo artístico y de producción que acompaña esta gira que ha recorrido un buen número de ciudades en el país. Su impecable, entregada y profesional ejecución son parte de la exquisitez de este unipersonal.
Últimas dos funciones en Mérida: Lunes 16 y Martes 17 a las 20:00 horas. Teatro Armando Manzanero.
Daniela Esquivel: Directora de escena, promotora de lectura, profesora y colaboradora de medios digitales. Exploradora gastronómica y lectora incansable. Nómada entre la Gran Tenochtitlan y la Tierra del Faisán y del Venado.