Solemos asociar un duelo instantáneamente a la pérdida física de un ser amado, una mascota que era parte de la familia o quizá ante la salida de un empleo o el diagnóstico de una enfermedad que nos traslada de un estado de salud estable a un proceso nuevo de cuidados médicos.

Pero existen múltiples pérdidas que nos pueden hacer sentir los embates de un proceso que muchas veces es difícil de reconocer y por lo tanto de vivir.

Actualmente muchas personas emigran a otras ciudades o a otros países por diversas razones, entre las que se encuentran situaciones forzadas como los desplazamientos por guerra y enfermedades, pobreza y persecución política, pero algunas más deciden cambiar su lugar de residencia como una opción para tener una mejor y mayor calidad de vida, por circunstancias laborales o porque en su lugar de origen no podían desarrollar favorablemente su profesión o elección de trabajo; hay quienes también se mudan debido a procesos de salud que se ven beneficiados con un mejor clima, menos contaminación, menos ruido y tránsito vial o incluso por la altura del nivel del mar y los beneficios que esta presupone.

Hoy por hoy en nuestro país muchas familias están mudándose a ciudades más seguras, buscando alejar a sus integrantes de la violencia que ocasiona la delincuencia organizada o el narcotráfico.

No obstante, sea cual sea la razón por la que una persona cambia su residencia y a pesar de que muchos movimientos migratorios no se hacen en condiciones obligadas o adversas, todas podrían llegar a padecer de duelo migratorio.

Mudarse siempre es un reto

Es una creencia común suponer que alguien que voluntaria y gozosamente decidió mudarse a otra ciudad o país no tendría porqué padecerlo y sin embargo puede suceder. El hecho de haber decidido migrar dentro de condiciones planeadas y favorables no exime automáticamente el que las personas se sientan cien por ciento plenas y felices en su nuevo entorno.

En los últimos años Mérida se ha vuelto un destino muy popular entre personas de otros estados de la República para iniciar una nueva historia. Cada vez es más común encontrarnos con personas que vienen del interior del país con la esperanza de mejorar sus condiciones de vida.

El alejarse de todo aquello que conocemos y que nos es familiar puede acarrearnos un profundo sentido de desasosiego, de tristeza, pero muchas veces no logramos identificarla o si logramos hacerlo, sentimos que no tenemos derecho o razón de sentirnos mal porque estamos en el lugar que deseamos o en una mejor situación.

Pero el desarraigo de los seres queridos, las amistades, los lugares conocidos, la comida, etc., puede ser suficiente razón para hacernos sentir “diferentes”, “extraños”, “como que algo nos falta”.

Estas sensaciones son totalmente válidas y forman parte de un duelo por mudanza, de un duelo migratorio, que, como otros procesos de pérdida, lleva su tiempo y sus etapas.

Es importante darse la oportunidad de sentir aquello que nos aqueja en caso de encontrarse en esta situación, pero también en el caso de estar en cercanía de quienes viven este proceso, permitirles expresar sus emociones y acompañarles con nuestra escucha principalmente.

Es muy difícil dejar atrás todo aquello que nos da identidad y que nos es familiar. Es parte de nuestra historia y personalidad. Por eso la paciencia y la empatía son fundamentales para abrazar a las personas que se encuentran fuera de su lugar de origen.

Recordar que en nuestra historia siempre tendremos alguna historia migrante que forma parte de ella y que eso nos puede permitir una sensibilidad al tema y buscar comprenderlo mejor, resulta una gran manera de crear comunidad con quienes llegan a nuestra ciudad con esperanza, entusiasmo y sueños. Crear una ciudad donde convivamos armónicamente todas y todos sin distinción del origen.

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