Fue una colonia al sur de Mérida la que vio desplomarse la avioneta en la que viajaba Pedro Infante Cruz, quien, junto a otros dos acompañantes de vuelo, perdieron la vida al estrellarse e incendiarse, aquella mañana de un 15 de abril, hace sesenta y seis años.

Nacido en Sinaloa, Pedro Infante acompañado de su esposa María Luisa León, se trasladó a México en busca de la gran oportunidad que lo hiciera triunfar como cantante.

Un México de los años cuarenta, vio el nacimiento y desarrollo del ídolo del pueblo. Pedro grabó su primer disco titulado Mañana en 1943, comenzaba a ser cada vez más reconocido y exitoso, en gran medida por la amplia difusión que la XEB hacía de su carismática y fresca voz.

Su primera película, La feria de las flores, al lado de Antonio Badú y grabada en el mismo año, fue la puerta grande que lo vio nacer como la estrella que estaba destinada a ser. Su naturalidad y profesionalismo en el set, prontamente le garantizaron contratos y fama entre los mejores directores de la época del cine de oro mexicano.

Un México que comenzaba a tener la mirada de artistas e intelectuales extranjeros, que veían su cultura, con curiosidad, avidez, admiración y al mismo tiempo la dotaban de cualidades sobrecargadas de folclor y estereotipos; el México que André Bretón definió como “el país más surrealista del mundo”, el México de la transición de Lázaro Cárdenas a Manuel Ávila Camacho, aquel país retratado por Nacho López, que transitaba entre lo rural y lo urbano fue el perfecto escenario para que el talento nato del sinaloense floreciera incesantemente, cautivando al público mexicano siempre sensible y cercano a los personajes entrañables que alcanzan el nivel de mito.

Cómo no amarlo…

Entre el arquetipo y el hombre, entre el galán y el héroe, entre el carnal humilde y hombre trabajador, entre el carpintero y el cantante, el charro enamorado y el simpático vagabundo…Pedro Infante creaba y navegaba sus personajes con profundidad y delicadeza, moldeándolos desde la entraña, tomando de su propia personalidad, para muchos de ellos, su generosidad, su “don de gente” y su indiscutible carisma.

Su genialidad actoral fue merecedora del surgimiento de una de las duplas más exitosas del arte cinematográfico mexicano, pues junto a Ismael Rodríguez, lograron hacer nacer inolvidables personajes que permanecen intocables y perennes en la memoria colectiva de nuestro pueblo.

En palabras de Carlos Monsiváis: “Pedro Infante aprendió a actuar viéndose en la pantalla. La cámara fue su universidad de arte dramático. Construyó sus personajes sobre la sinceridad, entraba en catarsis y se convertía en ellos, por eso sigue convenciendo a las nuevas generaciones.”

Es por ello que Monsiváis afirma también que la permanencia de Pedro tiene que ver con su filmografía, no con su biografía, sus películas son el mejor legado de Pedro al arte mundial.

Sesenta y seis años después de su muerte, aquella aciaga mañana, a Pedro Infante Cruz se le sigue recordando, quizá se le sigue buscando entre canciones como “Cien años”, “Bésame morenita” y “Tú y las nubes”, con la nostalgia de “el México que se nos fue” como diría Enrique Villaseñor; lo que es cierto es que seguramente vivirá, posiblemente, por muchos, muchos años más, cada vez que alguien vea una de sus películas, o entone, con mucho amor las tradicionales “Mañanitas” que a tantos mexicanos y “chorreadas” les significa.

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