Detectar a tiempo comportamientos de riesgo vinculados con la comida puede salvar vidas. 

De acuerdo con el Manual Diagnóstico y Estadístico (DSM por sus siglas en inglés), una de las guías sobre salud mental más acreditadas en el mundo, los trastornos de la conducta alimentaria consisten en alteraciones, ya sea en la cantidad y el tipo de comida que se ingiere, o en las medidas que se toman para evitar la absorción de los alimentos, tales como el vómito o la laxación.

Aunque su origen es multifactorial, existen causas genéticas, psicológicas, socioculturales o familiares que predisponen su aparición y si no se detectan oportunamente, pueden devenir en enfermedades físicas graves e, incluso, en la muerte.

La anorexia nerviosa es quizás el trastorno alimentario más conocido; se caracteriza por el deseo constante de adelgazar y el miedo intenso a subir de peso. Quienes la padecen, tienen una percepción distorsionada de su aspecto y pueden dejar de comer hasta el punto de ponerse en riesgo; en otros casos, suelen darse atracones de comida y luego se laxan. Sea cual sea su comportamiento, siempre resulta en un peso corporal anormalmente bajo.    

El trastorno por atracón se distingue porque no va seguido de una purga; se trata del consumo de una gran cantidad de alimentos, superior a la que la mayoría de las personas podría tolerar, durante un periodo muy breve de tiempo. La persona experimenta la pérdida de control durante la ingesta y, posteriormente, se siente muy angustiada por el episodio.

Bulimia nerviosa es el nombre de otro trastorno que ha resonado con fuerza en las últimas décadas, pues famosas como la cantante Lady Gaga, la ex Spice Girl, Victoria Beckham, o la actriz Lindsay Lohan dijeron haber tenido desde adolescentes consumos repetidos de comida en demasía, compensados con vómito o laxación; y el mismísimo Elton John confesó haber compartido dicho comportamiento con la finada princesa Diana de Gales. 

Existen, sin embargo, trastornos alimentarios de los que poca gente sabe: la pica, que consiste en comer de manera regular cosas que no son alimentos (papel, tierra, gis, pintura, pegamento) o el trastorno de rumiación, donde la persona regurgita sin esfuerzo algo de alimento y en ocasiones vuelve a ingerirlo.

Otro poco difundido, es el trastorno por evitación o restricción de la ingesta de alimentos. A quienes lo sufren, se les llegó a denominar “comedores selectivos” y lo riesgoso de este comportamiento es que puede pasar desapercibido si la persona es considerada simplemente quisquillosa para comer o “melindrosa”, como se dice coloquialmente.

Dicho trastorno tiene la particularidad de aparecer a muy temprana edad y, a diferencia de la anorexia o la bulimia, no tiene que ver con una percepción distorsionada del cuerpo ni con una preocupación por mantenerse delgado. Quienes lo padecen, evitan comer ciertos alimentos en función, generalmente, de su color, aroma o consistencia, llegando al extremo de ingerir tan solo unos cinco o diez alimentos durante todo el día.

Saber reconocer las señales que alertan sobre un trastorno alimentario es fundamental para evitar que el peligro se siente en tu mesa y amenace a tu familia, sobre todo a los más pequeños. De acuerdo con la Secretaría de Salud, cada año se registran en México alrededor de 20 mil casos de anorexia y bulimia, predominantemente, en la población de entre 15 y 19 años; el diagnóstico oportuno, seguido de tratamiento integral con un plan de nutrición y psicoterapia, puede salvarles la vida.

¡Ojo, mujeres!

Los trastornos alimentarios —a excepción del de la evitación de ingesta que es más común en los varones— se presentan con mayor frecuencia en la población de sexo femenino, especialmente, en las adolescentes. 

Algunos de los síntomas que pueden ayudar a detectar a tiempo un trastorno alimentario son: 

  • Consumo mínimo o excesivo de alimentos.
  • Dietas frecuentes.
  • Preferencia por comer sin compañía.
  • Pérdida de peso considerable o peso debajo de un valor saludable.
  • Fatiga.
  • Insomnio.
  • Deshidratación.
  • Mareos o desmayos.
  • Coloración azul en los dedos.
  • Vello con aspecto de pelusa en varias partes del cuerpo.
  • Caída de cabello.
  • Estreñimiento y dolor abdominal.
  • Estreñimiento y dolor abdominal.
  • Reflujo.
  • Piel seca o amarillenta.
  • Ausencia de menstruación.
  • Intolerancia al frío.
  • Ritmo cardíaco irregular.
  • Presión arterial baja.
  • Hinchazón de los brazos o las piernas.
  • Erosión dental y dolor crónico de garganta (por los vómitos).
  • Pérdida de masa ósea.
  • Anemia o recuento anormal de células.
  • Debilidad muscular.
  • Uñas quebradizas.
  • Problemas para respirar o pulso lento.

FUENTES: Secretaría de Salud, DSM-5, Manuales MSD (Merck, Sharp & Dohme).

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