Amo tanto a mi gatita, Rita, que me ha hecho descubrir una nueva forma de amor que antes era inimaginable para mí, pero que me ha enseñado tanto y, aprovechando como pretexto el último día de febrero, mes en el que se festeja el amor –14 de febrero– y también el Día del Gato –20 de febrero– hoy hablaré de eso.
Miro alrededor y por todas partes encuentro que siempre nos enseñan el amor perruno como el referente perfecto del amor incondicional y fiel, pero desde que una gatita de tres semanas llegó a mi vida, me ha hecho reflexionar infinidad de cosas, llegando a concluir que los gatos nos dan la oportunidad de aprender algo más cercano al amor.
Un cuestionamiento fugaz sobre si Rita me quiere o está conmigo solamente porque soy su proveedora me llevó a darme cuenta de que, en realidad, eso no es importante porque no cambia en lo absoluto todo el amor que yo siento por ella.
Si un animal enseña a amar de forma incondicional, me parece que son los gatos, que te hacen poner en práctica dicho amor.
Y no digo que los perros no lo hagan, sin duda podemos aprender de ahí también (y de donde sea que queramos, por supuesto).
Es solo que se aprende mucho más llevando a cabo que mirando, los gatos a veces vienen y van; ahora miro que a mí me gusta amar como se ama a los gatos. Con libertad.
Especialmente las nuevas generaciones, creo que han entendido esto un poco mejor, llevándolo a la práctica hasta descubrir nuevas formas de relacionarse, tomando la monogamia como una decisión consciente o eligiendo nuevas formas como las relaciones abiertas o el poliamor.
El amor, me parece, es así, con la libertad para que cualquier persona dentro de nuestras vidas pueda irse cuando así lo decida, pero feliz por cada instante que deciden quedarse.