Sin reconocer la importancia que tiene el trabajo de campo, la alimentación corre riesgo

Los platos que llegan a tu mesa no llegan por casualidad, sino que representan el trabajo de muchísimas personas; pero ¿realmente nos detenemos a pensar en esto? ¿Valoramos el trabajo de toda la gente en ese sector? ¿O es un trabajo tan minimizado que las generaciones jóvenes lo están dejando atrás?

Si el trabajo en las milpas, en las unidades de producción, deja de existir… ¿No dejarán de existir también nuestros alimentos? Estas son alguna de las preguntas que me surgieron a partir del Censo Agropecuario 2022 realizado por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).

En Yucatán, en ese censo encontraron que hay 62 mil 95 unidades de producción agropecuaria, entre las cuales hay una superficie agrícola de 377 mil 218 hectáreas; cifras que han disminuido con respecto al 2007 —en el Censo Agropecuario anterior— cuando en total había 68 mil 879 unidades de producción agropecuaria con 628 mil 547 hectáreas de superficie agrícola.

Fotografía Cecilia Abreu

Aunque reportan 454 mil 400 hectáreas de superficie agrícola en el censo, no todas unidades de producción están activas, (solamente esas 377 mil 218 hectáreas), entre las que sí están en uso, 58 mil 66 son de unidades de producción agropecuarias activas y 77 mil 183 hectáreas están en descanso —con 4 mil 29 unidades de producción—.

Y es que, a pesar de la evidente disminución que ocurre ya con esos datos, la cantidad de hectáreas que está en uso agrícola es aún menor, pues son tan solo 312 mil 620 hectáreas las que tienen siembra, mientras que 64 mil 598 no la tienen (30 mil 4 hectáreas están en descanso y 34 mil 593 no tienen siembras por mal temporal, falta de crédito, enfermedad, falta de dinero o apoyos o porque no hubo quien la sembrara, entre otras causas).

Esto significa que de 2007 a 2022, Yucatán pasó de tener una superficie promedio por unidad de producción de 9.1 hectáreas a 6.5.

A nivel nacional el panorama no es tan distinto, pues también ha disminuido la superficie de uso agrícola, pasando de 4 millones 69 mil 938 unidades de producción agropecuaria activas en 2007 a 4 millones 440 mil 265 en 2022; un aumento en ese sentido, pero que en superficie de uso agrícola cayó de 31 millones 190 mil 141 hectáreas a 26 millones 104 mil 423.

En este caso, la superficie promedio por unidad de producción pasó de 7.7 a 5.9 del año 2007 al año pasado.

Fotografía Cecilia Abreu

Pero la situación no solamente es que la superficie de tierra trabajada para obtener los alimentos es menor, sino que las personas que actualmente se dedican a realizar esta labor, son principalmente de una edad adulta madura, surgiendo entonces la gran pregunta: ¿qué vamos a comer cuando estas generaciones dejen un vacío?

Con los mismos datos arrojados por el Censo Agropecuario, es evidente que el interés en las generaciones jóvenes está en otros lugares; pues 71.4 por ciento del trabajo es realizado por personas de 45 años o más (42. 3 por ciento por personas de 45 a 64 años y 29.1 por ciento de 65 o más).

Tan solo 28.5 por ciento de las personas entre 18 y 45 años se dedican al cultivo de la tierra y menores de 18 años únicamente .1 por ciento… Son precisamente estos datos los que abren principalmente las dudas en torno al futuro alimenticio; en especial porque este panorama no es exclusivo de Yucatán, sino que está presente en todo el país.

En México, 43.5 por ciento de las y los productores tiene entre 45 y 64 años, 29.3 por ciento más de 65 y tan solo 27.2 por ciento tiene entre 18 y 45 años, el .1 por ciento restante pertenece a menores de 18.

Es aquí en donde se hace evidente la minimización que se le ha dado a este tipo de trabajos, pues las generaciones que hoy en día se dedican a labores del campo, priorizan que sus hijas e hijos cuenten con estudios profesionales para ejercer en otros ámbitos y que tengan “mejores oportunidades” (como se plantea en general).

Creo entonces que, en realidad, los esfuerzos deberían enfocarse, no solo en generar mejores oportunidades directamente en el sector agrícola y agropecuario, sino también en que la educación esté dirigida hacia conjugar su propio conocimiento ancestral con nuevas tecnologías o metodologías aplicables al trabajo, pero eso sí, siempre promoviendo la agroecología para no continuar dañando el suelo y los ecosistemas.

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