¿Las juventudes ya no quieren tener hijos?

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“No deseo ser madre por el contexto mundial: el hambre, la economía y el cambio climático. También por la carga genética; en mi familia hay enfermedades que no quisiera heredarle a nadie”, menciona Michelle, egresada de una maestría en la UNAM.

Como ella, cada vez más jóvenes han decidido no tener hijos o hijas y esto se refleja en la disminución de la tasa total de fecundidad (TFR, por sus siglas en inglés) de los países integrantes de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), que bajó de 3.3 hijos por mujer, en 1960, a 1.5, en 2022.

Verónica Montes de Oca Zavala, del Instituto de Investigaciones Sociales (IIS) de la UNAM, explica que este descenso se ha reportado desde hace décadas y en algunas naciones ha sido pronunciado. “La TFR de Corea del Sur es de 0.7, lo cual quiere decir que no tienen una tasa de reemplazo, correspondiente a 2.1”.

Jovany, estudiante de posgrado en la Universidad, declara: “No deseo hijos porque no forma parte de mi realización, además de las implicaciones económicas y psicológicas que conlleva hacerte cargo de otra vida”.

Factores como los mencionados coinciden con aspectos que preocupan a las y los mexicanos e influyen en su elección sobre ser madres o padres. Nuestro país muestra una reducción marcada en este rubro desde finales del siglo XX; sin embargo, aún se mantiene como uno de los territorios con alta TFR en comparación con ciertas regiones europeas, Canadá y Estados Unidos, comenta Irma Escamilla Herrera, del Instituto de Geografía (IGg).

Razones de las juventudes

Que las juventudes se cuestionen el tener hijos o hijas responde a distintos factores. Héctor, estudiante de posgrado en la UNAM, comparte: “No hay condiciones económicas para mantener a un ser humano en buenas condiciones con lo indispensable”.

En la encuesta Risks that Matter Survey 2022 de la OCDE , nueve de cada 10 personas, de entre 18 y 64 años, se dijeron preocupadas por la inflación y lo caro de vivir, posicionando a este aspecto como el mayor riesgo percibido en casi todos los países.

Sobre ello, la investigadora del IIS expone: “Las nuevas generaciones se encuentran en contextos de gran competencia laboral y educativa. Enfrentan obstáculos respecto al poder adquisitivo, formalización del trabajo e ingresos, pues los salarios que reciben son injustos y están atravesados por brechas de género. Experimentan incertidumbre y esto permea en sus planes a largo plazo, lo cual incluye plantearse el tener o no descendencia”.

En la encuesta se reporta que a México le preocupa, en segundo lugar, la oferta de trabajo (91.9 por ciento), seguido de las consecuencias por el cambio climático (91.2), falta de acceso a la salud mental (88.7) y pérdidas en la educación de las infancias debido a la pandemia (87.1).

“Pienso en el contexto global, la falta de recursos naturales y el sufrimiento que puede causar a nuevas vidas”, cuenta Nancy, estudiante de maestría en la Universidad Nacional.

Por su parte, Adán, quien cursa un posgrado en la misma casa de estudios, no desea ser padre por la responsabilidad que esto conlleva frente a los problemas sociales y ambientales de la actualidad.

“Hay un desánimo de las generaciones jóvenes; sienten que su futuro, además de incierto, será insatisfactorio. Toman decisiones basándose en la conciencia ambiental y en sus deseos de proteger a este único recurso que tenemos, la Tierra”, menciona Irma Escamilla.

Otro de los factores fundamentales que ha impactado la TFR es la lucha de las mujeres. Ésta les ha permitido acceder a diversos espacios en la sociedad y conquistar múltiples derechos. “Tenemos mayor escolaridad, entendemos mejor las implicaciones de tener hijos y lo complicado de compaginar eso con lo laboral. Cada vez hay más evidencia de la injusticia en la reproducción, cuidados y de lo que las mujeres sacrifican para ser madres. Nosotras también queremos ganar nuestros propios recursos y seguir preparándonos”, apunta la investigadora del IIS.

Por su parte, la académica del IGg refuerza este elemento aludiendo a la liberación femenina de los años 70, cuando se hizo patente que las mujeres podían ocupar espacios públicos y no restringirse al ámbito privado, como tradicionalmente se les imponía.

“Están dispuestas a hacer las cosas que desean y a decidir sobre su cuerpo porque, al final, tener o no un hijo conlleva una serie de cuestiones relacionadas con la atención, recursos y requerimientos que, si no pueden cubrir para sí mismas, no podrán hacerlo para otros”.

Esto es lo que influyó en la elección de Andrea, estudiante de la UNAM: “Priorizo el crecer profesionalmente. Prefiero ahorrar para viajar y eso implica trabajar en este periodo de mi vida. Además, no me ha nacido el desear hijos”.

Un cambio notorio en los últimos años se aprecia en la forma de entender la paternidad y la responsabilidad compartida con la maternidad. Esto ha hecho reflexionar a los hombres jóvenes.

Disminución a lo largo del tiempo

Durante la década de los 70, en diversas naciones se hablaba de la explosión demográfica y la necesidad de frenar el crecimiento desmedido de la población, de lo contrario se llegaría a un momento en que esta no se sostendría con los recursos naturales existentes debido a que no se incrementan en la misma proporción que las comunidades.

En el caso de México, había baja mortalidad y alta fecundidad. El aumento poblacional era acelerado y la estructura por edad reflejaba una pirámide (con una base ancha en las infancias y juventudes y una cúspide reducida en el caso de las personas adultas mayores).

“La situación global derivó en compromisos internacionales con Naciones Unidas para reducir el ritmo de crecimiento. Por ejemplo, en China se impuso la política del hijo único y en nuestro país hubo cambios en materia de planificación familiar”, indica la investigadora del IIS.

Mediante radio y televisión se transmitía propaganda con el eslogan: “La familia pequeña vive mejor” a fin de disminuir el número de infantes en las parejas. Esto se acompañó de mayor educación sexual, difusión sobre el uso de anticonceptivos y políticas públicas, algunas muy violentas para las mujeres (de hecho, hubo hospitales que, sin el consentimiento de las afectadas, llegaron a ligar las trompas de Falopio de sus pacientes para evitar embarazos futuros).

“Al permanecer los mandatos de masculinidad, las mujeres eran quienes debían atender el cuidado para no reproducirse, y no los hombres. De esta manera, eran sometidas a violencia obstétrica porque no se les informaba ni se les pedía su opinión”, plantea la académica del IGg.

De acuerdo con el INEGI, la pirámide poblacional de 1960, en su base, estaba integrada por personas de 0 a 29 años que representaba al 70.1 por ciento del total de la población; la parte media, que constaba de gente de 30 a 59 años, era el 24.1 por ciento, y la punta, constituida por individuos de 60 años para arriba, eran el 5.8 por ciento. En la Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica (ENADID) 2023 los números cambiaron, quedando en 46.2, 38.9 y 14.7 por ciento, respectivamente.

Aunque dicha modificación muestra un descenso en la natalidad y un incremento del envejecimiento, es importante entender en qué contextos se da esto. “La tasa de fecundidad es alta en etapas tempranas de la vida de algunas mujeres, la problemática del embarazo adolescente sigue siendo un desafío. Es elevada también en las zonas rurales, indígenas, que son poblaciones con desventajas estructurales que no les permiten contar con información adecuada para regular la fecundidad”, puntualiza Verónica Montes de Oca.

Según la ENADID, entre 2018 y 2023 la TFR disminuyó mayormente en localidades urbanas (bajó 0.5 por ciento) en comparación con las rurales (descendió 0.38). “En estas últimas no se altera tanto debido al menor acceso a medios de comunicación, movilidad y educación, y debe prestárseles atención para mejorar sus opciones y que dependa de cada quien la decisión de tener hijos”, refiere Irma Escamilla.

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