El maquech es, desde hace siglos, un documento viviente de las tradiciones mayas.
Se llamaba Canek, así como los gobernantes del pueblo maya de los itzaes. Aunque tal nombre significa «serpiente negra», el Canek en cuestión no era un reptil, sino un insecto coleóptero ornamental, mejor conocido como maquech.
Según la Real Academia Española, el maquech es un «escarabajo sin alas que se lleva sobre la ropa vivo, atado con una cadena, como si fuera un broche o un prendedor de adorno», pero para la niña de 8 años y con zoofobia se trataba de un nuevo miedo desbloqueado, uno que sus papás le llevaron como souvenir de Mérida, tras asistir a un congreso en el colegio teresiano.
—Nos lo dio el dueño de la casa en la que nos quedamos; su esposa es bióloga y en los últimos años se ha dedicado a rescatarlos de varios mercados en los que los venden como adornos; pensó que quizás tú podrías cuidarlo— le dijeron a la nena, quien incluso se resistía a mirar la cajita con orificios que reposaba en la mesa del comedor.
Pese a que sus pequeños ojos permanecían cerrados frente al recién llegado, sus oídos sí quisieron escuchar aquel relato de la científica yucateca, retransmitido por su mamá:
—Cuenta la leyenda maya que había una bellísima princesa llamada Cuzán, que significa «golondrina», cuyo cabello era similar a la de las alas de esa ave. Ella vivía en la ciudad de Yaxchilán, en la orilla del río Usumacinta y era la hija predilecta de Ahnú Dtundtunxcaán, quien la había comprometido con Ek Chapat, príncipe de Nan Chan. Sin embargo, la princesa se enamoró de un guerrero de pelo rojo llamado Chalpol, con quien se juró amor eterno bajo la ceiba sagrada y a escondidas de su padre, pues sabía que este nunca lo aceptaría por ser un plebeyo carente de linaje. Cuando el monarca se enteró, mandó matar a Chalpol, pero el desconsolado llanto de su hija hizo que le perdonara la vida y entonces decidió pedirle a un hechicero que lo convirtiera en un escarabajo denominado máakech, que significa «eres hombre» en maya. Cuzán, que había prometido no separarse jamás de su amado, hizo que el mejor joyero del reino lo cubriera con piedras preciosas y atara a una de sus patas una cadenita de oro para poder prenderlo como un broche a su pecho y llevarlo siempre cerca de su corazón… y ese es el supuesto origen de los escarabajos como este, que han sido usados como adornos, razón por la cual, cada vez hay menos— lamentó.
Más allá de que los historiadores rechacen la existencia de Cuzán por considerar que de ser cierta constaría en algún escrito, como tantas aportaciones que dejaron los mayas, escuchar esa leyenda en voz de su mamá y saber que en algunas comunidades yucatecas todavía se acostumbra que los varones regalen, como símbolo de amor a sus novias, un maquech que ellas prometen cuidar durante sus dos o tres años de vida para después celebrar su boda, despertó la curiosidad de la niña, quien por fin se asomó a ver a Canek.
Bastaron unos segundos para que su miedo fuera sustituido por admiración… aquel insecto de apenas 4 centímetros de largo, que con sus tonos cafés y su caparazón repleto de puntitos negros parecía un tronquito de árbol, había conseguido cautivarla. Presurosa, les preguntó a sus papás qué cuidados necesitaba y se mostró sorprendida al saber que además de comer setas y champiñones que deben mantenerse húmedos y en buen estado, este tipo de escarabajos se alimentan también de madera vieja no resinosa que también debe mojarse frecuentemente.
—¿Y puedo darle algo de pan como a los patos del parque, papá?
—No, ni pan, ni frutas; tampoco miel ni hojas verdes. Nos dijeron que a esta especie le hace daño el sol directo y por lo mismo, puede que sea mucho más activo en la noche; a veces le gusta esconderse o salirse de su cajita, así es que debes fijarte siempre donde pisas para no lastimarlo. Nunca lo toques sin antes lavarte las manos y no lo levantes de sus patitas, porque son muy delicadas y pueden romperse— indicó firmemente.
—Pero ¿no le duele tener esas joyas? ¿Son de verdad?, preguntaba ansiosa la nueva fan del maquech, mientras su mamá intentaba aquietarla.
—Dicen que no hay mucha investigación sobre eso, hijita, pero al menos los ejemplares que la bióloga revisó no muestran daños en las capas profundas de su caparazón y, al parecer, la mayoría de quienes los adornan, les pegan las piedritas (que generalmente no son reales, sino imitaciones), con acrílico frío para no provocarles quemaduras.
Sin estar muy convencida de que quienes decoran este tipo de escarabajos, hallados con más frecuencia en los municipios de Huhí, Progreso, Hocaba, Cantamayec, Yaxcaba, Conkal, Tahmek, Sanahcat, Valladolid, Zavala, Dzan, Akil, Tixcacalcupul, Sotuta, Tizimín, Xocchel e Izamal, para venderlos en precios que oscilan entre los 150 y 300 pesos -según la época del año- no les causen perjuicio, la niña prometió cuidar muy bien al suyo para que pudiera llegar a los cinco años, tiempo máximo de vida de un maquech que, en cautiverio, suele reducirse considerablemente.
Aquel Canek, se supo tiempo después, era una hembra y no un macho como su nombre sugería. Desgraciadamente, murió antes de cumplir ese lustro que a mis escasos ocho años yo esperaba, pero sí tuvo una vida un tanto legendaria: se volvió la estrella de la casa para todas nuestras visitas e incluso provocó que una década más tarde una de mis amigas se decidiera a estudiar Medicina Veterinaria.
Edith Montserrat De la Barrera Balbuena, comunicóloga, periodista, correctora de estilo y aprendiz de lengua de señas. Una zurda apasionada del cine, fan de la Navidad y amante de las galletas. Osa de corazón, pero con un hijo pingüino. «Don Quijote decía que ‘la pluma es la lengua del alma’ y yo dejo un tanto de la mía en cada nota que escribo para VIVE MÉRIDA»