Un objeto incómodo, pero muy necesario para la plena recuperación de tu mascota.
Podría pasar por una lámpara o por un cucurucho gigante, como esos que se colocan para beber agua en una oficina o consultorio, pero en realidad, se trata de un recurso clínico de gran utilidad para los canes… y también para los gatitos.
Muchos de nosotros lo conocimos gracias a los estudios Disney y su película “Up”, aquella en la que un adulto mayor y un pequeño niño scout viajan en una casa voladora, sostenida con globos, hasta unas cataratas inspiradas en algún lugar de Sudamérica. En dicha cinta, aparece un perro llamado “Dug”, quien porta en el cuello una de esas pantallas, a la que el resto de su manada le denomina despectivamente “cono de la vergüenza”.
Su nombre oficial, sin embargo, es “collar isabelino” y fue llamado así por su parecido con las “gorgueras” alechugadas que adornaban la vestimenta de la alta sociedad en tiempos de Isabel I de Inglaterra durante el siglo XVI; fue creado y patentado en 1959 por el médico veterinario Frank L. Johnson.
El collar isabelino, por su forma troncocónica, sirve como una barrera entre la cabeza y el cuerpo del animalito; su uso indispensable es el posoperatorio para evitar que, tras una cirugía, el paciente veterinario se lama o rasque las heridas.
Se emplea también durante algunas inspecciones médicas de rutina, así como en el tratamiento contra los parásitos, con el fin de impedir que el medicamento entre en contacto con los ojos.
Durante el baño o el acicalamiento, mejor conocido como “grooming”, puede ser útil para que el jabón no le lastime la nariz, los oídos, los ojos o, simplemente, para cortarle las uñas con mayor facilidad.
De igual manera, funciona para corregir los pabellones auriculares e incluso hay quienes recurren a él como un apoyo para reforzar ciertas conductas durante las labores de adiestramiento.
Cuando empezaron a comercializarse, los collares isabelinos solían ser de plástico rígido, pero en los últimos años han sido fabricados con diversos materiales que los hacen más flexibles y cómodos tanto para los lomitos como para los mininos.
Actualmente, existe una gran variedad de modelos, algunos bastante simpáticos y coloridos, e incluso los hay impermeables o hasta inflables (parecidos a las almohadas que colocamos los humanos alrededor del cuello durante los viajes largos), lo que permite utilizarlos en climas adversos y transportarlos con facilidad a cualquier lugar.
Aunque su precio tampoco es tan elevado como antes -oscila entre los 115 y los 500 pesos mexicanos, dependiendo del tamaño o diseño- representa otro gasto que debe sumarse al de las cirugía y medicamentos que preceden su uso, por eso, VIVE MÉRIDA te comparte los enlaces de un par de videos en el que puedes aprender a hacer un collar isabelino casero:
Sea cual sea el collar que decidas comprar o el material que utilices para elaborarlo, no olvides priorizar la comodidad, la higiene y la seguridad del pacientito… y si de plano consideras que su uso le causa demasiado estrés, puedes optar por una prenda postquirúrgica, algunas de ellas son elaboradas con telas que contienen cobre o zinc para evitar la proliferación de bacterias y favorecer la regeneración de la piel.
Recuerda que después de una herida o de una cirugía, lo más importante es mantener limpias y protegidas las zonas sensibles, así es que sigue al pie de la letra las indicaciones veterinarias, con la certeza de que no hay nada vergonzoso en un collar isabelino… vergüenza sería que tu amigo peludo no reciba los cuidados que su padecimiento amerita.
Edith Montserrat De la Barrera Balbuena, comunicóloga, periodista, correctora de estilo y aprendiz de lengua de señas. Una zurda apasionada del cine, fan de la Navidad y amante de las galletas. Osa de corazón, pero con un hijo pingüino. «Don Quijote decía que ‘la pluma es la lengua del alma’ y yo dejo un tanto de la mía en cada nota que escribo para VIVE MÉRIDA»
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