Cáncer de mama, ¿en jóvenes?

No hay un factor de riesgo único que aumente las probabilidades de desarrollar esta patología, sino más bien una combinación de variables. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la exposición a factores exógenos y modificables como el tabaquismo, el alcohol, la contaminación y el sedentarismo se asocian a algunos tipos de cánceres, como el colorrectal y el que nos ocupa, el de mama.

Otros condicionantes que pueden explicar el incremento de la incidencia entre la población más joven son de índole reproductivo: la nuliparidad (no tener hijos o no haber llevado ningún embarazo a término), la edad tardía del primer parto y, en general, el retraso de la maternidad en la sociedad actual aumentan el riesgo, aunque no se pueden considerar agentes causales directos.

La OMS ha estimado que la incidencia de este tipo de cáncer ascenderá de 2,30 millones de casos en 2022, y de 3,36 millones en 2045. En el caso de Yucatán, el pasado 2023, se detectaron 385 casos de tumores malignos en la mama; mientras que en lo que va de este año se han detectado 320, con información del Boletín Epidemiológico del Sistema Nacional de Vigilancia Epidemiológica.

Entre los factores no modificables, la aparición de la enfermedad en mujeres jóvenes puede deberse a una predisposición genética, sobre todo por la mutación de los genes BRCA 1 y 2. En caso de sospecha de síndrome hereditario, los especialistas de las unidades de consejo genético facilitan las recomendaciones y las medidas de prevención para portadoras sanas.

Además, las mujeres menores de 40 años pueden desarrollar un cáncer de mama asociado al embarazo: a lo largo de la gestación y la lactancia o en el plazo de un año tras el parto. A pesar de los cambios normales y fisiológicos de la mama durante la gestación, es importante detectar anomalías que puedan ser motivo de consulta con especialistas. De todos modos, la lactancia materna también se considera un factor protector.

Por último, una circunstancia que puede aumentar adicionalmente el riesgo es haber recibido radioterapia torácica entre los 10 y 30 años para tratar otro tipo de cáncer.

El cáncer de mama se trata de un enfermedad muy heterogénea: está compuesta por diferentes subtipos, y cada uno de ellos presenta un perfil biológico y molecular característico. Esto conlleva un tratamiento personalizado y un enfoque oncológico cada día más preciso.

Pero ¿es su aparición una cuestión de edad? Clásicamente, se ha considerado que afecta sobre todo a mujeres mayores. De hecho, su incidencia se ha incrementado a lo largo de las últimas décadas debido al envejecimiento de la población.

Sin embargo, la comunidad científica ha observado que los cánceres de mama en pacientes menores de 40 años están aumentando en los últimos años. En 2019, el porcentaje de casos en Estados Unidos que afectaba a este sector de la población se situaba en torno al 4 %, mientras que revisiones sistemáticas más actuales elevan la incidencia global a entre el 5 y el 7 %, variando en función del desarrollo del país y las etnias.

Aunque la edad es, efectivamente, uno de los factores de riesgo no modificables –junto al sexo (ser mujer), la menarquia (primera menstruación) precoz y la menopausia tardía–, las mujeres con cáncer de mama por debajo de los 40 conforman un subgrupo de pacientes con un manejo clínico y unas condiciones psicosociales, de fertilidad y de reinserción sociolaboral específicas.

La importancia del diagnóstico precoz y la prevención

A nivel general, el diagnóstico precoz de cáncer de mama mediante programas de cribado y los tratamientos cada vez más precisos y dirigidos, con enfoque multidisciplinar, han hecho que esta enfermedad tenga unas buenas tasas de supervivencia: por encima del 90 % en perfiles tumorales de bajo riesgo.

Dichos programas de detección temprana se realizan mediante mamografía y suelen comenzar entre los 45 y 50 años.

Además, es conveniente que las mujeres realicen una autoexploración mamaria cada mes a lo largo de toda la vida. Conocer bien sus mamas les permitirá detectar cambios e identificar alteraciones (nódulos, cambios de coloración, retracción de la piel, secreciones…) que sean motivo de consulta al especialista.

En cuanto a la prevención, y como hemos apuntado más arriba, evitar fumar, no beber alcohol y realizar actividad física regularmente reducen el riesgo de sufrir esta enfermedad.

Pero no es suficiente. En las unidades de mama de los hospitales se trabaja día a día no sólo para diagnosticar y tratar la enfermedad, sino también para mejorar la calidad de vida de las pacientes que la superan, promoviendo un estilo de vida saludable antes, durante y después de su diagnóstico, así como un adecuado enfoque psicosocial.

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