Por Felipe Armenta Canchola
Cuando logré independizarme de mis padres, en mi nueva casa y en las subsiguientes siempre priorice la línea blanca (lavadora, refrigerador, aire acondicionado, etc. ) sobre la línea negra (bocinas, televisión, pantallas, alexas etc.) En particular, no es que no me gustara ver la televisión, simplemente que no lo consideraba un artículo de primera necesidad, aún cuando me quedará sin tema de conversación con mis compañeros de trabajo,
Cuando el Internet hizo su entrada triunfal en los hogares y más adelante los contenidos de plataforma (Netflix, Amazon Prime, HBO) menos se me ocurría comprar una pantalla, porque tenía un proyector que conectaba a la computadora portátil, y eso me reducida las ganas de comprar una pantalla, hasta aquel día que mi esposa considero que debíamos tener de nueva cuenta una televisión o lo que se conoce hoy como pantalla.
En realidad, la idea no me entusiasmo mucho, pero empezamos buscar el mejor precio y la calidad, la decisión y elección nos llevó como año y medio. Dejamos pasar El Buen Fin, el Hot Sale, las rebajas de enero, hasta que un día en una tienda de autoservicio, encontramos una que nos convenció y la compramos.
Estuvo 3 o 4 días empacada, y apuré a mi esposa a que la sacaramos de su empaque para ver si funcionaba bien, ya que sólo teníamos siete días de garantía en tienda. Colocamos sus soportes, le pusimos las pilas al control, la conectamos, y ahí en esa pantalla pasaron los 20 años de la última vez que compré una televisión.
Estas pantallas, no funcionan sin un celular, hay que programarlas, validar el sistema operativo, dar un correo, esperar códigos de verificación, dar de alta las cuentas de las plataformas a las que se está suscrito. En ello se nos fueron como 40 minutos, cuando antes sólo bastaba con conectarla a la luz, y mover la antena de conejo para sintonizar los canales o contratar un sistema de cable o satelital y el técnico se encargaba de programar el artefacto.
Si eres de la generación X, seguramente sabes de lo que te habló sobre un antes y un después, lo que hoy parece tan sencillos para los Millennials o Centennials, para mi fue una sorpresa tecnológica, que más o menos pude resolver con uno que otro tropezón, pero fue evidente mi brecha digital.
Finalmente, detenerse en el tiempo y reflexionar sobre ello no es ocioso, es tener clara una perspectiva de hacia dónde hemos llegado en 20 años, y la sorpresa que nos tiene preparada la Inteligencia Artificial (IA) en los siguientes 5.
Seremos los X,Y y Z testigos de los cambios, siendo estos últimos quizás los menos sorprendidos, pero cuando pienso en estos avances, me hubiera encantado ver la cara de mis padres y mis abuelos cuando testificaron la llegada del hombre a la luna, quizás la misma que yo he tenido al estrenar mi pantalla.