Jue. Nov 13th, 2025

“El cerebro optimista: los escáneres revelan patrones de pensamiento compartidos por pensadores positivos” es el título de un artículo publicado recientemente en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences, en el que se expresa que los hallazgos de la neuroimagen podrían tener implicaciones para la investigación en salud mental.

Al respecto, Gabriel Gutiérrez Ospina, investigador del Departamento de Biología Celular y Fisiología del Instituto de Investigaciones Biomédicas de la UNAM, consideró que es impreciso referirse exclusivamente a los cerebros, ya que existen individuos optimistas o pesimistas, y los patrones de activación cerebral compartidos entre personas optimistas –pero no de éstos con aquellos pesimistas– son el resultado de su historia de vida. El estudio citado hace referencia a que las personas optimistas comparten patrones de actividad neuronal y distinguen con mayor claridad entre eventos positivos y negativos.

En torno a ello, Gutiérrez Ospina comentó que el cerebro manifiesta distintas ondas eléctricas: alfa, beta, gamma, delta y teta en asociación con distintos estados mentales y emotivos.

“En teoría, durante la vigilia, el cerebro en reposo está dominado por la actividad conocida como alfa”. La presencia de estas ondas, afirmó, indican que el organismo se mantiene atento en un estado de relativa calma: pone atención, selecciona la información que le parece significativa y se mantiene tranquilo”.

En cambio, “cuando enfrentamos circunstancias que requieren nuestra atención en situaciones de inquietud, las ondas alfa se sustituyen o complementan por otro tipo de actividad, aparecen las beta y/o gamma. Los cerebros que son considerados como altamente eficientes alternan actividad alfa-gamma en aquellas áreas cerebrales responsables de la toma de decisiones, del análisis e interpretación de los contextos y de las decisiones relativas a esas condiciones”.

Además, Gabriel Gutiérrez detalló que cuando se está muy atento y dispuesto a tomar decisiones que sean las más eficaces en términos de resultados y beneficios, es cuando presentamos una actividad cerebral de tipo alfa-gamma en áreas cerebrales frontales, las cuales modulan la toma de decisiones. Las ondas delta y teta están más ligadas con estados de tranquilidad y el sueño.

Según el comentario publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences sobre los resultados presentados, éstos podrían ofrecer pistas a los investigadores sobre el sustrato neurobiológico que sustenta al optimismo y al pesimismo.

Como ejemplo, el universitario señaló que una persona optimista pudiese pensar: “‘Estoy seguro de que mi futuro será favorable porque los elementos que observo y mis capacidades son óptimas para que así ocurra’. Este tipo de individuo, como sucede con los emprendedores, no se abate con facilidad, pues está dispuesto a aceptar los costos para obtener beneficios; está en constante búsqueda de soluciones”.

El académico apuntó que el proceso se podría ilustrar de la forma siguiente: “formulan una alternativa, toman una decisión, la ejecutan, y si descubren que no funciona, rápidamente generan opciones contingentes para salir adelante. No interpretan un resultado adverso como un fracaso, sino como una oportunidad para corregir y reintentar, modificando la ruta sin abandonar el objetivo”.

En contraste, repuso que los individuos pesimistas reaccionan de manera muy distinta. Ante cualquier desviación de sus expectativas iniciales, interpretan el hecho como un fracaso definitivo; en lugar de buscar alternativas, se detienen, retroceden y dejan de ejecutar.

El investigador universitario describió que esa es la diferencia fundamental. “Los optimistas y emprendedores son eficaces, flexibles y disfrutan del proceso de resolver problemas; no son únicamente resultadistas. Por el contrario, los pesimistas muestran incomodidad frente al cambio, tienen menor tolerancia a la incertidumbre y poca respuesta positiva ante los obstáculos en la consecución de sus metas”. Esto pudiese verse reflejado en un estado corporal y, como resultado, en los patrones de activación cerebral comentados en las publicaciones referidas.

Reconoció que estos hallazgos, ya se conocían de manera aproximada. “Lo que hace este trabajo es confirmarlos con mayor precisión y evidencia experimental”.

Así, “la capacidad de flexibilidad cognitiva, lo que en el artículo llaman contingencia, es fundamental y se entiende incluso como un rasgo evolutivo. Todo esto está directamente relacionado con la habilidad que tiene nuestro estado de conciencia para mantener al cerebro en ondas alfa e intercambiarlas, cuando se precisa, a otros tipos de actividad”, argumentó.

En este orden de ideas, advirtió que esa sería la “electrofisiología” de un cerebro optimista: estar constantemente en estados alfa. Ser optimista o ser pesimista es el resultado de una historia de vida, por lo que no es tan genético, ni neurológicamente determinado.

“No hay genes del optimismo ni conjuntos de genes del optimista. Lo que tenemos en realidad es una historia de vida en la que el optimista, desde pequeño, se arrojó a hacer cosas y tuvo padres que lo reforzaron reconociendo sus éxitos y aceptando sus fracasos como posibilidades de aprendizaje”, validó.

En el otro extremo, cuando los padres reaccionan con miedo o enfado, lo que transmiten limita a la cría, abundó.

Ante esto, Gutiérrez Ospina aseveró que el cerebro es un órgano más: “lo que realmente se forma son cuerpos optimistas o pesimistas, que se perciben capaces de enfrentar los retos o de detenerse ante ellos”.

El cerebro está ubicado dentro de un cuerpo que fue educado de cierta manera, por lo que se llevará su cuota de aprendizaje, el cual también depende de la historia de vida y de las respuestas del cuerpo que habita antes de dicha historia. Este estado define si los individuos son más o menos optimistas que otros, precisó el también académico de la Facultad de Psicología de la UNAM.

¿En qué medida el optimismo o el pesimismo pueden modificarse con entrenamiento mental o intervención psicológica?

“Absolutamente se puede, aunque cuesta mucho trabajo. Yo les llamo esquemas infantiles atávicos”, un término que acuñé, porque esto lo aprendes en tu infancia. Si durante los primeros tres, cuatro o cinco años te reforzaron la idea de que eres insuficiente para conseguir tus objetivos, quitarte esa idea de encima es muy complicado. No basta con mentalizarte: necesitas terapia y explorar tareas que te permitan evaluar tus metas y resultados de manera distinta”, apuntó.

En relación con las implicaciones de estos hallazgos para la prevención y el tratamiento de problemas de salud mental como la depresión o la ansiedad, confirmó que “todas las del mundo”. Si consideramos que el optimismo y el pesimismo son sistemas dinámicos, capaces de cambiar y resultado de una historia personal, entonces el abordaje debe comenzar desde la infancia”.

Fue determinante al opinar que este hecho permitiría reducir de forma significativa en las personas de cualquier género los niveles de ansiedad, depresión o acciones como el suicidio y otros problemas de salud mental.

Acerca de las precauciones que debemos tener al interpretar estos estudios para no caer en estereotipos o falsas conclusiones sobre la personalidad y el cerebro, explicó que el principal riesgo es el “neurocentrismo”, es decir, pensar que el cerebro determina de manera absoluta nuestra personalidad, respuestas y control corporal, ya que desde su perspectiva esto es un equívoco.

Gabriel Gutiérrez dijo que otro error común es el “gene-centrismo”, la idea de que todo está en los genes. “Ambos enfoques son extraordinariamente dañinos, porque implican que uno nace de cierta forma y ya no hay nada o poco qué hacer, y eso es una visión imprecisa”.

Recordó que existen mecanismos epigenéticos capaces de modificar la manera en que los genes se organizan y expresan, lo que cambia completamente lo que ocurre después. Por ello, reiteró en que ni los genes ni el cerebro deben concebirse como deterministas.

Finalmente, insistió en que “somos producto de nuestra historia de vida, no sólo de un instante. La forma de nuestros cuerpos, las patologías que sufrimos y la función cerebral tienen una historia. Para evitar estereotipos, debemos rechazar las explicaciones categóricas que ignoran la diversidad y la historicidad de los procesos”. En suma, los hallazgos recientes confirman que el optimismo y el pesimismo no son rasgos fijos ni dictados por el cerebro o los genes, sino el resultado de una historia de vida que moldea nuestra manera de percibir y responder al mundo. Y comprender este proceso abre una ruta clave en la prevención de problemas de salud mental: cultivar desde la infancia la flexibilidad cognitiva y la confianza en el desempeño.

CARACTERÍSTICAS
Optimistas: son eficaces, flexibles y disfrutan del proceso de resolver problemas; no son únicamente resultadistas. No interpretan el resultado adverso como un fracaso.
Pesimistas: muestran incomodidad frente al cambio, tienen menor tolerancia a la incertidumbre y poca respuesta positiva ante los obstáculos en la consecución de sus metas.

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