Jue. Oct 23rd, 2025

El inicio de una aventura: convertirse en maestra de educación preescolar

Como cualquier recién graduada, al llegar a los últimos días de la normal, con las prácticas profesionales y el servicio social finalizados, llegó el momento más esperado: encontrar trabajo…. 

Muchos dicen que los exámenes de oposición para concursar por una base en el magisterio son cosas de unos 15 o 20 años atrás… Y tal vez sea verdad, yo puedo decir que mi generación presentó en mayo de 1987 dicho examen y con orgullo digo que fui una de las 10 que obtuvo una plaza federal en es estado de Yucatán, fue una gran alegría no solo mía, sino de mi familia.

Con este logro, ahora sí inicia formalmente la aventura: SER MAESTRA DE PREESCOLAR. Y digo aventura, pues con apenas 18 años, así fue acudir a la Secretaría de Educación Pública (SEP) y que te informen las zonas disponibles para el trabajo. Ahí iba a vivir… Eso me generaba mucha emoción, muchas expectativas, mientras escuchaba los nombres de los municipios disponibles, pueblos que quizás ni siquiera sabía en dónde se encontraban y me encontraba próxima a vivir ahí.

Luego de ese proceso, llegó el gran día. Iniciar sola en el salón de clases, como titular, con 36 alumnos. Niñas y niños de 4 años, que te ven con carita de curiosidad, queriendo saber qué harán. Pero también preguntándose «¿dónde esta mi mamá?». Especialmente porque me tocó en un pequeño poblado, llamado Chichimilá, donde los niños por lo general acudían a la escuela hasta esa edad por primera vez, por lo que todo era nuevo para ellos… Las niñas y niños llegaban con sus expectativas y yo con las mías, todo era nuevo.

Durante ese curso escolar enfrenté situaciones muy diversas, como encontrar una familia de ratoncitos dentro del rollo de papel crepé con el que íbamos a trabajar; en otra ocasión, en el patio de recreo, una culebra… O cuando al llegar a la escuela había dentro tres hombres borrachos y yo, sola ahí, en donde no había más que la escuelita de dos aulas, dirección y baños… Sin ninguna persona a quien acudir, mientras me pedían dinero para seguir bebiendo alcohol.

Esa no fue la única situación que me tocó vivir con tan solo 18 años iniciando mi labor profesional. En otro momento del curso escolar, tuve que quedarme como única maestra porque la otra fue cambiada de población para ayudar a alguien más. La realidad es que no le gustó nuestra escuelita y simplemente no volvió sin avisar, y tampoco dejó las llaves que la directora anterior le había entregado…

Ese tipo de situaciones las enfrentan todo el tiempo las maestras, especialmente en comunidades con escuelas tan pequeñas. En ese momento, me tocó hacerme cargo de los dos grupos, a pesar de que solamente contaba con mobiliario y material para mis alumnos, es decir, para la mitad. Además, sin tener un baño abierto para que los niños o yo misma pudiéramos usar.

A pesar de que le reporté la situación a mi supervisora en varias ocasiones, solamente recibía un «ya se va a resolver» por respuesta, aunque pasaron varios meses.

Pasé de ser titular de un grupo a estar frente a los dos grupos de la escuela, pero al mismo tiempo mantener limpio el salón, el patio de recreo y el terreno en sí (sin hierbas). Con los niños hicimos un huerto que, como parte de su aprendizaje, sembramos, regamos, cosechamos… Pero el tiempo ya no rendía igual al cubrir todas esas funciones. La labor docente, muchas veces se extiende hasta otros ámbitos.

Esto incluso llega al punto de que las madres y/o padres te vean como un apoyo. En esa primera experiencia, también me ocurrió que la mamá de una alumna comenzó a pedirme dinero prestado para comprar comida para su familia, pues el papá no tenía trabajo o se ausentaba del pueblo… Y, aunque ese tipo de situaciones no forman parte de tu labor, es imposible ignorar su necesidad.

Fue así como, a pesar de que yo no recibía un sueldo extra por todas las funciones que cubría, reconociendo que necesitaba apoyo, decidí contratar a esa madre de familia para que me ayudara con el cuidado de los 60 alumnos, la limpieza del patio y el mantenimiento de la huerta. Así, ella obtuvo una fuente de trabajo, sin embargo, de estas situaciones la SEP jamás se entera, no le interesan y mucho menos las valora.

Así, en un cerrar de ojos, el primer año concluyó. Al iniciar el segundo año trabajando, conseguí mi cambio a una población más cercana a Mérida, y al llegar a la SEP, la directora del nivel educativo me señaló que yo era la responsable de que algunos alumnos no volvieran al kínder y se fueran a la primaria… Nunca quiso escuchar que la falta de otra maestra afectó a la escuela, que había niños que no tenían dónde sentarse porque el salón sin uso estaba cerrado con llave.

A pesar de que no quiso escuchar los hechos, me amenazó con quitarme la plaza, alegando que no había hecho entrega de la dirección de la escuela… Aunque nunca fui directora, jamás se me entregó ninguna documentación requerida para estar en nivel directivo. La supervisora me confirmó que, efectivamente, no tenía porqué hacer esa entrega.

Sin embargo, fue imposible dialogar con esa autoridad, hacerle saber que ellos como institución nunca enviaron al personal faltante (la directora), entonces realicé otro viaje a Chichimilá para efectuar dicha entrega.

Es así como, en muchas ocasiones, quienes nos encontramos frente a grupo, no solamente tenemos que solucionar las situaciones que se atraviesan, sino además también enfrentar a las autoridades que, sin estar en las aulas o en las escuelas, se niegan a escuchar lo que ocurre en ellas.

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