¿Sabes qué es la “dieta occidentalizada” o “patrón dietético occidentalizado”?. A grandes rasgos, se refiere a una alimentación basada en el consumo de alimentos energéticamente densos (con alto contenido en grasas saturadas y azúcares añadidos), y nutricionalmente pobres (bajo aporte de vitaminas, minerales y fibra, entre otros).
Dicho de otra manera, la “dieta occidentalizada” se caracteriza por un consumo elevado de productos procesados y refinados, carnes rojas y procesadas, azúcares añadidos y grasas saturadas, a la vez que un bajo consumo de frutas, hortalizas, cereales integrales y frutos secos.
Efecto sobre la salud metabólica
Según esta definición, llevar una dieta occidentalizada implica alimentarse de una forma poco saludable. Por un lado, el tipo de alimentos que se incluyen (energéticamente densos) fomenta una sobreingesta energética que aumenta el riesgo de desarrollar obesidad. Por otro lado, el elevado contenido de azúcares añadidos y grasas saturadas de los alimentos procesados habitualmente presentes en ella favorece el desarrollo de otras alteraciones metabólicas como diabetes de tipo 2 o problemas cardiovasculares.
A ello hay que sumar que, con frecuencia, este patrón dietético suele estar acompañado de un estilo de vida sedentario, agravando todavía más su impacto negativo en la salud.
¿Pero por qué son poco saludables estos alimentos? ¿En qué consiste su daño? Todo apunta a que tiene que ver con sus efectos sobre la microbiota intestinal.
El intestino se inflama por el exceso de hidratos de carbono simples
La microbiota intestinal, definida como la compleja comunidad de microorganismos (principalmente bacterias) que habita nuestro intestino, es esencial para mantener la salud. Esto se debe a que la microbiota participa en procesos relevantes para mantener la salud del hospedador, como la obtención de nutrientes o la regulación de la respuesta inmune, entre otros. Para poder cumplir estas funciones, su composición debe ser la “adecuada”, lo que técnicamente se conoce como eubiosis.
En este sentido, se han identificado diferentes factores que afectan a la composición de la microbiota intestinal. La programación perinatal hace que la composición de la microbiota de un bebé se establezca durante el embarazo, el parto y sus primeros años de vida. Pero una vez pasado ese período, la dieta de cada individuo es el factor más determinante.
A nivel de macronutrientes, la dieta “occidentalizada” incluye una elevada cantidad de hidratos de carbono simples adicionados a los alimentos (principalmente glucosa y fructosa) que no son los que nos encontramos presentes de forma natural en estos. Como consecuencia, su consumo excesivo reduce la diversidad de la microbiota intestinal, con una mayor producción de moléculas proinflamatorias y la disminución de la función de barrera intestinal (el intestino se vuelve más permeable).
Además, los hidratos de carbono simples característicos de la “dieta occidentalizada” se relacionan con una reducción en la abundancia de bacterias con efecto antiinflamatorio (como son la Akkermansia muciniphila o el Faecalibacterium prausnitzii, entre otros). Simultáneamente, estos azúcares simples hacen que disminuya la producción de ácidos grasos de cadena corta (AGCC) y otros metabolitos antiinflamatorios que se generan cuando la dieta contiene fibra. Y todo ello se traduce en un estado inflamatorio intestinal.
El colon se inflama si abusamos de las grasas
Además de demasiados carbohidratos, con la dieta occidentalizada abusamos de los lípidos. Y resulta que un exceso de ingesta de lípidos requiere una mayor secreción de bilis para su digestión. Ello favorece el crecimiento de patobiontes, microorganismos benignos que, si la microbiota se desequilibra, pueden provocar patologías e inflamar el colon.
A ello hay que añadirle las consecuencias directas que va a tener la ingesta excesiva de lípidos sobre la composición de la microbiota intestinal, favoreciendo la producción de mediadores proinflamatorios y alterando la función de barrera intestinal.
A todo esto se suma un efecto en cadena más: cuando no hay suficientes ácidos grasos de cadena corta, se desregula el pH del intestino y el crecimiento de bacterias beneficiosas. Más factores para que nuestra salud digestiva se vaya al traste.
Disbiosis en la celiaquía, el SIBO y otras enfermedades
La disbiosis o desequilibrio de la microbiota es una característica común en pacientes con patologías intestinales. Por ejemplo, se ha observado que los pacientes con enfermedad del intestino irritable presentan una visible escasez de Faecalibacterium prausnitzii, una bacteria con un elevado potencial antiinflamatorio. En el caso de pacientes con sobrecrecimiento bacteriano (SIBO, por sus siglas en inglés), en los que existe una visible hinchazón abdominal y acumulación de gases por la excesiva abundancia de bacterias en el duodeno y yeyuno (partes iniciales del intestino delgado), también se puede hablar de disbiosis.
Por su parte, los individuos con celiaquía presentan una menor abundancia de bacterias beneficiosas de las especies de Bifidobacterium y Lactobacillus, y una mayor abundancia de bacteroides.
Es importante destacar que no se sabe con certeza si estos cambios preceden a la patología intestinal o si, por el contrario, son las patologías las que provocan la disbiosis. ¿Es primero el huevo o la gallina? Lo que sí es seguro es que la sustitución de un patrón alimentario “occidentalizado” por uno más equilibrado puede ayudar a mejorar la sintomatología de los pacientes afectados.
La dieta mediterránea, aliada de la salud intestinal
Del mismo modo que una alimentación inadecuada puede tener efectos negativos sobre la microbiota, una alimentación saludable puede ayudar a mantener o recuperar la eubiosis. En este sentido, la dieta mediterránea se considera una opción muy interesante para mantener una buena salud intestinal. Este patrón alimentario se caracteriza principalmente por la presencia de alimentos de origen vegetal (frutas, hortalizas, legumbres y frutos secos), por el consumo moderado de pescado y carne blanca, leche y derivados lácteos, y por el uso del aceite de oliva como principal fuente de grasa. Ello resulta en un aporte adecuado de nutrientes, prebióticos y probióticos, que favorecen el mantenimiento de una microbiota intestinal sana.
Debido a presencia de estos alimentos, la dieta mediterránea aporta nutrientes (como los ácidos grasos omega-3) y fitoquímicos (como los polifenoles) con efecto antioxidante y antiinflamatorio que mejoran la salud intestinal.
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