El 28 de noviembre es el Día Nacional de los Sordos… y aún falta mucho para su inclusión.
Muchas cosas en la vida se dan por sentadas e inamovibles, sobre todo aquellas que se tienen desde el nacimiento, como los sentidos. De los cinco, el oído es el que alcanza mayor desarrollo dentro del vientre materno (está totalmente formado al sexto mes de embarazo), por lo que antes incluso de ver los rostros de sus padres, un bebé oyente es capaz de escuchar sus voces, asustarse con ciertos sonidos y responder a otros que le son familiares.
Sin embargo, oír es un don que no siempre se valora con plena conciencia de que no todos lo tienen y, sobre todo, con empatía hacia quienes nunca han oído o dejaron de hacerlo, ya sea por infección, accidente o envejecimiento.
Hoy es la ocasión propicia para empezar a sensibilizarse, ponerse en el lugar del otro, tratar de entender y compartir las inquietudes de la comunidad sorda del país que está integrada por aproximadamente dos millones de personas, de acuerdo con el Censo de Población y Vivienda 2020 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).
Políticas públicas para garantizar su trato digno y combatir el rezago educativo –21 de cada 100 personas sordas van a la escuela y la mitad solo cursa la primaria–, intérpretes en los centros educativos y de salud, oficinas de gobierno, empresas y comercios, campañas para la detección temprana de la sordera y la sensibilización de la población, son solo algunos de los pendientes que tiene el país en la materia.
La buena noticia es que cada mexicano puede poner su granito de arena; la inclusión comienza con el respeto, desde el uso correcto de los términos al nombrarles “sordos” o “personas sordas” en vez de “sorditos” o “sordomudos”, vocablos que les minimizan y perpetúan la idea equivocada de que las personas sordas no pueden hablar, pues sí son capaces de articular las palabras aunque no lo hagan de manera clara por no escucharlas.
Además, un gran porcentaje de sordos se comunica a través de gestos con su rostro, manos y movimientos corporales, a lo que se le llama Lengua de Señas –nunca “lenguaje de señas” –, porque es todo un sistema de comunicación que posee su propia estructura gramatical, al igual que el español, e incluso cuenta con el reconocimiento oficial como parte del patrimonio lingüístico de México; por fortuna, cada vez más oyentes se animan a aprenderlo.
En Yucatán, particularmente, existe una comunidad maya cuyo ejemplo de inclusión es digno de imitar: Chicán, donde todos sus habitantes se comunican de manera fluida en Lengua de Señas Maya Yucateca, a pesar de que actualmente solo el 2% de sus habitantes tiene discapacidad auditiva, pero es algo que se ha transmitido de generación en generación, luego de que una mujer comenzara a usarla con su hijo sordo.
Y para que este 28 de noviembre, en el que se conmemoran 155 años de la primera escuela para sordos a nivel nacional, no pase desapercibido, tampoco debe pasar desapercibida esa población sorda que suele ser ignorada y excluida por no tener una discapacidad visible; es tarea de todos abrir los espacios para que logren integrarse justamente a la sociedad.