En la actualidad muchos adultos debaten sobre la lectura con una frase común: “los jóvenes no leen”, como si fuera un defecto de su generación. Pero ese planteamiento ignora un detalle fundamental: ¿quién se ha preocupado por hacer de la lectura algo atractivo para ellos?
Por muchas generaciones, este discurso de que las juventudes no leen ha prevalecido, haciendo que toda la responsabilidad de la falta de interés en la lectura recaiga en ellas, pero ¿las personas adultas sí leen? Para fomentar el deseo de leer, primero tendría que verse como algo que se puede disfrutar y eso lo transmite el ejemplo… Entonces, ¿solo «los jóvenes no leen»?
La forma de acercar la lectura juega un papel muy importante para que se logre crear un lector o lectora. No basta con obligarles a leer algo como tarea académica, de hecho, la lectura por obligación antes que crear lectores, genera resistencia.
La lectura no florece por arte de magia.
Cuando se vuelve un requisito, se convierte en tarea… y nadie se enamora de una tarea.
En redes circula un video donde Andrea Urfe dice algo potente:
“Fomentar la lectura no es una campaña de pósters, ni un hashtag en abril, es una práctica cotidiana, viva y afectiva […] El placer de leer empieza cuando se nos permite elegir, explorar y abandonar un libro si no nos gusta y seguir buscando hasta encontrar uno que nos hable».
No se trata solo de reprochar la falta, sino de mirar hacia nosotros, los adultos, y preguntarnos si dimos el ejemplo, si mostramos historias apasionantes más allá de los libros de texto, si pedimos que lean desde la imposición y el juicio o si brindamos apertura para que exploren hasta encontrar lo que les gusta.
Para que alguien lea, primero hay que darles un libro que despierte curiosidad, que encienda la imaginación. No basta con decir que los jóvenes no leen: tenemos que acompañarlos, comunicar desde el placer y la emoción, no desde el deber. Y, desde ese deseo, permitirles escoger qué desean leer; así como interpretar lo que el libro les hizo sentir/pensar, sin juzgar ni señalar como si lo que entendieran pudiera ser catalogado como correcto o incorrecto.
Y si esperamos que el amor por la lectura llegue sin más… estamos ejerciendo un acto de negligencia. Porque para que alguien se convierta en lector, no se necesita solo un espacio físico o una computadora en casa: se necesita pasión, acompañamiento, modelos verdaderamente lectores y, sobre todo, privilegio cultural.
Generar lectores requiere presencia real y emoción compartida: leer juntos, comentar libros, acercarse a historias que hablen su idioma, creer que la lectura transforma. Solo así dejaremos de decir que los jóvenes no leen y empezaremos a celebrar que lo hacen, por elección, por placer y porque saben que las historias pueden ser su mejor compañía.
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