El filósofo chino Mencio dijo una vez “Las virtudes no se nos derraman encima, sino que nos son naturales. Búscalas y las encontrarás; descuidalas y las perderás.”
No tenemos que alcanzar las virtudes fuera de nosotros, no tenemos que demostrarle a nadie nuestra valía, ni esperar hasta obtener tal o cual cosa para ser dignos y virtuosos. Las virtudes nos son intrínsecas, son parte de nuestra naturaleza divina. Lo único que hay que hacer es cultivarlas.
El gran sabio hindú Bartrihari dijo:
“Oh sabio, desarrolla una práctica regular para cultivar la virtud divina, porque ésta vuelve buenos a los malvados, sabios a los tontos, amistosos a los enemigos y hace visible las cosas invisibles. La virtud de una convierte instantáneamente el veneno en miel y otorga el fruto de las acciones.”
Esta debe de ser nuestra única meta, cultivar nuestras virtudes. Así que cultiva tus propias virtudes, limpia tu corazón y tu mente todos los días. Observa diligentemente tus pensamientos y tus emociones. Atiende las tendencias de tu mente. ¿Qué pensamientos y emociones rumias todo el día?
Hay una metáfora que me gusta mucho, pues explica claramente el tema de las virtudes que cultivamos.
Dicen que en los peores y en los mejores momentos solemos sacar lo que tenemos dentro. Ira, miedo, ingenuidad, amor. ¿Qué saldría de ti si te oprimieran fuerte, como si estuvieran haciendo jugo de naranja con tu interior?
Así que aquello que has cultivado durante horas, días, semanas, meses y años es lo que sale de ti cuando la vida te aprieta. Cuando tu madre, tu hijo, tu pareja, tu jefe, etc. toca el botón que detona el exprimidor de naranja.
¿Qué quieres que salga de ti? Miedo o amor. Ahí la gran importancia y el gran valor de cultivar nuestras virtudes divinas.