Hace apenas unos días, alcancé el escalón de lo 27. Un número que para comenzar no me gusta por ser impar.

Cuando estamos en la infancia, miramos a las personas de esa edad y creemos que ya lo tienen todo resuelto, que no queda más por qué preocuparse. No es hasta que llegas que descubres que la realidad es todo lo contrario.

Yo creo que hay varios momentos cruciales en la vida, la adolescencia es uno de ellos, cuando todo dentro de ti comienza a cambiar sin que entiendas del todo qué está ocurriendo. Pero también lo es vivir tus últimos veintes.

Cuando, aunque ya te han caído muchos veintes, lo que no cae es la estabilidad. No puedo hablar de la experiencia que vivieron generaciones pasadas, pues eso solamente les toca a ellas, de lo que sí estoy segura es que hoy en día hay una cantidad insostenible de retos por enfrentar en esta etapa de vida.

Desde los precios inaccesibles de vivienda, sea para compra o renta, hasta la crisis climática presente en todo el mundo que incrementa preocupaciones a nuestro día a día, tan “banales” como el exceso de calor o tan profundas como decidir no tener infancias por las incertidumbres ambientales.

En lo personal, mi mayor crisis presente es laboral… Y mientras la vivo, me toca también mirar a otras personas viviéndola, así como acompañando a mis amistades cercanas a transitar la misma.

Es absurdo pensar que sin importar mucho el nivel de estudios que alcanzaste o la licenciatura que estudiaste, los salarios son precarios, las prestaciones de ley muchas veces inexistentes y la calidad de vida, como consecuencia, cayendo en picada.

Muchas de las personas que conozco incluso han optado por continuar viviendo en casa de mamá y/o papá, no precisamente por comodidad como mucha gente podría decir, sino por la inaccesibilidad a otras opciones.

Y es que llega cierta edad en la que no es exactamente lo más cómodo vivir con tus progenitores, pero sí se convierte en el lugar al cual aspirar cuando las rentas de casas rondan los 6 mil pesos, o vivir en la periferia —incrementando entonces la problemática del transporte si no cuentas con automóvil y los gastos en gasolina si tienes uno—.

En caso de que tu opción, como la mía, sea independizarte a pesar de las condiciones precarias de los trabajos las incertidumbres crecen con todo este panorama de injusticia laboral; y eso, a pesar de que yo hablo desde cierto privilegio en comparación con otras juventudes.

En Yucatán, aunque según cifras del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL), el Estado ha mejorado en ciertos rubros, hay otros como el de la carencia social que están incrementando.

En 2016, la población con carencias sociales era de 27.2 por ciento; empezó a bajar dos años después, llegando a 26.9, para el 2020 tuvo el pico más bajo con 22.1… Pero el año pasado, escaló hasta 30.2 por ciento de la población.

Y es que tanto en 2020 como en 2022 identificaron que 28.1 por ciento de la población no solamente vive una carencia social, sino al menos tres de ellas; una de las más frecuentes es la carencia por acceso a servicios de salud que pasó de 24.7 por ciento de la población yucateca en 2020 a 35.1 en 2022.

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