“El progenitor de mi hijo me violentó muchas veces mediante gaslighting. Por ejemplo, realizaba actos que me lastimaban, pero si yo hablaba de eso él buscaba que me sintiera mal, hacía parecer como que lo culpaba de falsedades y yo terminaba preguntándome ¿estaré loca?”.
Ésta es una de las tantas formas en que Adriana, arquitecta y madre de un niño, vivió violencia psicológica por parte de su expareja. Al igual que ella, la mitad de la población femenina de 15 años o más en el país expresó haberla experimentado, según datos de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) 2021. En Yucatán, de acuerdo con la misma encuesta, 7 de cada 10 mujeres ha vivido una forma de violencia.
Por tratarse de una violencia cotidiana es muy probable que quien la padece termine invisibilizándola, señala Alba Luz Robles Mendoza, académica de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala de la UNAM. Por ello, añade la doctora en Ciencias Penales y Política Criminal, es crucial que las mujeres cuenten con redes de apoyo social y herramientas de afrontamiento a fin de identificarla y salir de los espacios violentos.
En 2023, Adriana comenzó una relación de pareja con un hombre que, desde un inicio, tuvo actitudes que dañaban su integridad. “Quedábamos de vernos y me plantaba. Cuidaba mis palabras porque si le comentaba cómo me sentía asumía papel de víctima y me dejaba de hablar. Durante mi embarazo acordamos que me acompañaría con la ginecóloga, pero nunca llegaba. Al mismo tiempo me decía ‘te amo’, ‘hagamos planes’”.
De acuerdo con la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, la violencia psicológica es “cualquier acto u omisión que dañe la estabilidad psicológica y puede consistir en: negligencia, abandono, descuido reiterado, infidelidad, celotipia, insultos, humillaciones, devaluación, marginación, indiferencia, comparaciones destructivas, rechazo, restricción a la autodeterminación y amenazas, las cuales conllevan a la víctima a la depresión, al aislamiento, a la devaluación de la autoestima e incluso al suicidio”.
Alba Luz Robles explica que, por tratarse de conductas cotidianas, suelen minimizarse e invisibilizarse, es decir, quien las vive no las ve por estar en medio de dinámicas violentas, pero las personas externas a la relación sí las notan. También hay acciones, como las muestras de celos, que se han naturalizado y legitimado tanto que la víctima y la sociedad suelen creer que se tratan de una manifestación de amor.
En 2021, la violencia psicológica fue la violencia contra la mujer con mayor prevalencia en México. De acuerdo con cifras de la ENDIREH, el 51.6 por ciento de la población femenina la había experimentado a lo largo de su vida, mientras que el 29.4 por ciento lo hizo en los últimos 12 meses. Respecto al ámbito en el que se presentó, el familiar y las relaciones de pareja tuvieron mayor incidencia en el año previo al estudio, con el 9.2 por ciento y 18.4 por ciento, respectivamente.
“Mientras exista una hegemonía de poder patriarcal habrá desigualdades de género que permitan el ejercicio de la violencia. Es una construcción de aprendizaje social y cultural que determina las relaciones y conductas entre hombres y mujeres. En un sistema como en el que vivimos es más factible que un varón, desde su masculinidad, crea que tiene condiciones de dominación. Para no repetir patrones sexistas debemos impulsar transformaciones para, por un lado, lograr una reivindicación social de la mujer en igualdad de condiciones y, por el otro, para que los varones sepan que su masculinidad no tiene que ver con el poder impositivo”.
Por ello, Alba Luz Robles destaca la importancia de que los movimientos sociales femeninos hayan logrado cambios relevantes en las legislaciones, pues al nombrar como un derecho el que las mujeres vivan libres de violencia permite hablar del asunto, demandarlo y atenderlo.
¿Cómo se manifiesta?
A decir de Alba Luz Robles, los trabajos y análisis sobre el tema se han concentrado en lo que ocurre al interior de las parejas, pero esto también puede darse en espacios como la escuela, el trabajo y la comunidad.
En el ámbito de la pareja, dicho control se puede dar mediante la vigilancia del celular, de las llamadas telefónicas y de las redes sociodigitales (con frecuencia se exige a la víctima revelar sus contraseñas). También se busca tener injerencia en las relaciones que la persona tiene con amistades y familiares, y se mantiene supervisión sobre con quién sale, a qué hora o sus actividades.
“Esas conductas provocan afectaciones. Por un lado, las agresiones engañosas (hacer pasar por cuidado excesivo actitudes de control o humillación) o gaslighting (distorsión de la realidad que coloca a la mujer como culpable y al varón como víctima) pueden provocar baja autoestima o autolesiones. Por el otro, el acoso cotidiano en casa (que genera sensación de persecución pues implica que alguien esté siempre al pendiente de tus horarios, ubicación o actividades) puede generar ansiedad, miedos generalizados o depresión. El problema es tan grave que puede dar pie a ideaciones suicidas por la amenaza constante”.
Finalizar el círculo de violencia
A Adriana le apasiona el fisicoculturismo y ha dedicado parte de su vida a esta disciplina. A la par, se adentró en los estudios de género, lo que le ha permitido contar con herramientas para identificar la violencia psicológica en diferentes contextos.
“Desde joven hubo parejas que me comparaban con otras mujeres: ‘mira qué bien se le ven los rizos, deberías tener el cabello así’, o ‘baja de peso, estás engordando’. A los 21 años tuve un entrenador que me violentaba diciendo: ‘¿de qué te sirven las tres horas que estás aquí? ¡Mira cómo estás!’. En la licenciatura de Arquitectura había mucho machismo. Los profesores soltaban comentarios del estilo ‘como mujer sólo llegarás a hacer remodelaciones, no tendrás tu propio proyecto’”.
Eso la hacía cuestionarse sobre sus capacidades, conocimientos y el valor que representaba para sus parejas. Pese a ello, siempre había logrado ver la violencia ejercida y alejarse de dichos espacios.
La situación cambió cuando comenzó su embarazo. Adelgazó mucho y el progenitor de su hijo le espetaba cosas negativas u ofensivas sobre su físico y le insinuaba que jamás recuperaría la complexión que tuvo.
“En esa etapa experimentas muchas transformaciones y que la persona a quien amas, y que crees que te ama, te recuerde diario que tu cuerpo ya no es el mismo, representa una violencia muy fuerte. No me daba cuenta de lo que vivía, me aislé y entré en depresión”, narra Adriana.
Además, señala que en ese periodo notó cosas que la hicieron sospechar de que la engañaban, pero al intentar hablarlo con su pareja ésta le decía que estaba loca y que veía cosas de más. “Para no entrar en discusiones que me hacían sentir ‘tóxica’ ignoré todo. Cuando nació mi bebé me enteré de que él tenía otra familia y de que su madre lo solapaba”.
Al respecto, la académica señala que hay condiciones que hacen que las mujeres sean más susceptibles a la violencia psicológica, como el burnout, el atravesar estados depresivos o ansiosos crónicos, la falta de redes de apoyo o estar embarazadas. “En la gestación las endorfinas aumentan y la mujer busca sentirse protegida y tranquila. En dicha etapa es factible no reaccionar a este tipo de violencia porque la atención de la futura madre suele centrarse en cuidar la vida que crece en su interior y ello la lleva a no estar atenta a lo que pasa a su alrededor”.
Adriana reconoce que para salir de esa situación fue indispensable el apoyo de su mamá y amigas, quienes se mostraron preocupadas por su salud psicológica y física. “Cuando crees que tu pareja te ama es difícil notar estas agresiones. Para romper con esta violencia me ayudó mucho saber que no estaba sola, aunque lo fundamental fue convencerme de que no quería que mi hijo creciera viendo y aprendiendo esto”.
Alba Luz Robles puntualiza que, para que una mujer identifique que está viviendo violencia psicológica, es necesario que sepa qué es y sus implicaciones, por lo que se requiere mayor difusión del tema.
Por otro lado, los avances en materia legal deben acompañarse de políticas públicas. “Es preciso diseñar mecanismos y crear programas y estrategias de atención no sólo para cuando ya ocurrió, sino para prevenirla. Hablamos de protocolos que ayuden a visibilizarla y evitarla. También debemos trabajar en una cultura de paz y mostrar cero tolerancia a este tipo de acciones. Esto tiene que ver con los aprendizajes generacionales y, por lo mismo, debemos enseñar a las niñeces a tener relaciones más armónicas y menos diferenciadas sexualmente”.
La académica finaliza subrayando que el apoyo no consiste en decirle a la mujer que está siendo víctima, pues a veces eso genera revictimización social, sino en señalar al victimario y hacerle ver que sus conductas rompen con la integridad de la persona y vulnera sus derechos.
Por su parte, Adriana concluye enfatizando que las mujeres necesitan empoderamiento mediante la unión mutua y conocimientos para ponerse a salvo. “También enfoquémonos en construir masculinidades positivas. Muchos hombres no saben que ejercen violencia psicológica”.
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