Uno de cada dos niños de Yucatán tiene sobrepeso y obesidad, independientemente de que vivan en zonas urbanas, rurales, indígenas o no indígenas.
Instituto Nacional de Salud Pública
La obesidad infantil es una crisis de salud pública de dimensiones alarmantes y de consecuencias devastadoras para el futuro de nuestros niños. En muchos países, las tasas de obesidad infantil han aumentado dramáticamente en las últimas décadas, alcanzando proporciones epidémicas. Esta situación plantea un reto crítico: debemos tomar acción inmediata y coordinada para proteger a los más jóvenes de las secuelas a corto y largo plazo de esta enfermedad.
A diferencia de otras enfermedades, la obesidad infantil no solo afecta la salud física de los niños, sino que también influye en su bienestar emocional y en su desarrollo integral. Los niños que padecen obesidad están en mayor riesgo de desarrollar enfermedades crónicas como diabetes tipo 2, hipertensión, enfermedades cardíacas e incluso ciertos tipos de cáncer. Además, el estigma y la discriminación que enfrentan a menudo desencadenan problemas de autoestima, ansiedad y depresión. Enfrentamos, entonces, una crisis multidimensional.
¿Por qué estamos fallando en proteger a nuestros niños? Existen muchos factores que contribuyen a esta epidemia, desde la disponibilidad de alimentos ultraprocesados altos en azúcar, grasa y sal, hasta la disminución de actividad física y el creciente tiempo frente a pantallas. En un mundo donde la tecnología ha transformado el ocio y las comidas rápidas son accesibles y baratas, es fácil comprender cómo los hábitos alimenticios y de actividad de los niños han cambiado drásticamente.
Sin embargo, no podemos culpar únicamente a las circunstancias actuales. Este problema es resultado de decisiones políticas, económicas y sociales que han permitido, e incluso promovido, un ambiente obesogénico. Las campañas publicitarias dirigidas a niños, que explotan su vulnerabilidad para promover productos insalubres, y la falta de políticas efectivas que regulen la oferta de alimentos en las escuelas y espacios públicos son ejemplos claros de cómo la sociedad ha sido cómplice de esta crisis.
La lucha contra la obesidad infantil requiere una respuesta integral que involucre a toda la sociedad. Los padres, las escuelas, el sistema de salud y los gobiernos deben trabajar en conjunto para crear entornos saludables que faciliten la elección de hábitos de vida beneficiosos para los niños. Las campañas educativas son esenciales, pero no suficientes. Es urgente regular la publicidad de alimentos poco saludables, asegurar que las escuelas ofrezcan opciones nutritivas y fomentar la actividad física mediante programas accesibles y gratuitos.
De igual modo, es necesario recordar que esta lucha no se trata solo de estadísticas, sino de los futuros adultos que deseamos formar. Cada niño merece la oportunidad de crecer sano, de disfrutar de una vida plena y de desarrollar todo su potencial. La obesidad infantil no es un fallo de los niños, sino de la sociedad que les rodea y que tiene el deber de velar por su bienestar.
Solo mediante un compromiso genuino y sostenido por parte de todos los sectores, podremos revertir esta tendencia y brindarles a nuestros niños un futuro más saludable y lleno de posibilidades. Dejemos de posponer la solución y actuemos hoy.
Podemos seguir viendo la pantalla a la par que bebemos una Coca Cola sintiendo deslizar sus burbujas por nuestra garganta diluyendo la pizza de pepperoni, pensando que nada nos va pasar o ¡pararnos y salir a caminar por el sendero de la vida saludable! Como siempre la decisión es nuestra.
Lorena González Boscó, comunicóloga, internacionalista, profesora universitaria, constructora de ciudadanía, periodista, amante de los perros y amiga de los gatos. «Siempre he creído que más vale gente comprometida que capaz, porque la comprometida se hace capaz, pero la capaz no necesariamente comprometida.»
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