Cada 22 de julio se celebra a la que fue denominada «símbolo universal de la relajación»
Si jugáramos a asociar palabras, como en uno de esos programas de concursos para la televisión nacional, una de las primeras que llegarían a nuestra mente al escuchar «Yucatán», sería aquella cuyo origen extranjero no le resta autenticidad: «hamaca».
Y es que a pesar de que los historiadores han descubierto que las hamacas más antiguas se tejieron en las Antillas, región de la que proviene su nombre, que en lengua taína significa árbol, lo cierto es que los mayas de la península de Yucatán lograron mejorar esas creaciones —muy parecidas a una red de pescar— hasta transformarlas en artesanías únicas, sujetas al sello personal de su artesano e ideales para descansar.
De acuerdo con la página oficial del Gobierno de Yucatán, aquellas primeras hamacas fabricadas en tierras caribeñas con filamentos de corteza de árbol fueron reemplazadas por otras de fibra de agave y, posteriormente, por tejidos con hilo de henequén, cáñamo, nylon, algodón o lino, que son las que se emplean en la actualidad.
Asimismo, existen hamacas de dos capas o acolchadas, las cuales son confeccionadas especialmente para climas fríos con poliéster o fibras sintéticas para retener el calor.
Sea cual sea el material del que estén hechas, la capacidad ergonómica de las hamacas les permite adaptarse al cuerpo de cada usuario de manera rústica, sin necesidad de mayor tecnología, pues su forma curva permite que los puntos de presión desaparezcan y, con ello, mejora la respiración, facilita la circulación de la sangre hasta el cerebro e incluso evita el tan molesto reflujo gástrico.
Un estudio realizado por la Universidad de Ginebra arrojó que el movimiento de la hamaca ayuda a conciliar rápido el sueño y a que este sea más profundo que el que se alcanza en una cama tradicional, lo cual favorece la regeneración celular y la recuperación de todo el organismo, luego de un día de gran actividad.
Claro que para obtener tales beneficios resulta indispensable saber utilizarla…
Sí, aun cuando parezca que pasar el tiempo en una hamaca no requiere de ciencia, conocer la posición correcta para dormir en ella puede hacer la diferencia entre una siesta placentera y una espalda adolorida al despertar; lo que los expertos recomiendan es acostarse atravesado, perpendicular a la tela, formando una cruz o tache con la hamaca y el cuerpo.
Tranquilidad, placer, alegría, vacaciones, playa, son palabras que han convertido a las hamacas en las favoritas de paseantes y excursionistas alrededor del mundo. En algunos países sudamericanos las llaman «chinchorros», mientras que en Estados Unidos poseen dos muy especiales: la primera, en Carolina del Norte, mide 13 metros y soporta 3 mil 600 kilos; la otra, en Utah, cuelga a 150 metros de altura sobre un cañón.
Sin embargo, el encanto de las hamacas yucatecas no tiene comparación; la valía de urdirlas a mano con la única ayuda de una aguja y un bastidor, oficio que puede tardar hasta un mes por pieza y es transmitido por los padres o abuelos, constituye una tradición que debe conservarse… aunque, tristemente, las nuevas generaciones muestran cada vez menos interés en aprender.
La búsqueda de la denominación de origen, el auge del campismo y el alcance de las redes sociales podría ofrecer una luz de esperanza para los artesanos yucatecos, quienes ahora buscan otras formas de promocionar sus obras y, además, modernizar sus diseños.
Hoy, 22 de julio, se conmemora el Día de la Hamaca, considerada por sus promotores como el símbolo universal de la relajación y conviene recordar aquella frase popular tan oportuna para los días de verano: «Si el tiempo logra poner todo en su lugar, a mí que me ponga en una hamaca junto al mar».