La pandemia de COVID-19 dejó huellas que no se ven, pero que se respiran, pues muchos de quienes se contagiaron entonces hoy viven con enfermedades pulmonares detonadas por el virus. José Omar Barreto Rodríguez, de la Facultad de Enfermería y Obstetricia (FENO) de la UNAM, afirma que aunque no todos tienen estos daños, los casos moderados, y en especial los graves, sí presentan riesgos importantes.
“Las manifestaciones respiratorias ocasionadas por el coronavirus SARS-CoV-2 se dividen en: leves, cuando impactan en la vía respiratoria superior, es decir, se manifiestan con una rinofaringitis o laringitis; moderadas, que pueden desarrollar neumonía sin complicaciones serias, y graves, si las y los pacientes presentan neumonías extensas y síndrome de insuficiencia respiratoria aguda que ameriten la estancia en una unidad de cuidados intensivos y requieran intubación”.
Al respecto, el académico indica que aquellas personas que presentaron complicaciones graves, quedaron con secuelas respiratorias tales como neumonía organizada, bronquiectasias (dilatación y deformidad de los bronquios), bandas parenquimatosas (cicatrices en el pulmón), nódulos pulmonares y atelectasias. En muchos casos, los y las afectadas debieron seguir con oxígeno suplementario por meses. Además, hay otras complicaciones comunes como debilidad muscular, fatiga, hipertensión pulmonar, embolias pulmonares y afectaciones cardíacas.
El médico neumólogo subraya que, en medio de la tragedia, la pandemia permitió detectar padecimientos ocultos.
“A muchos y muchas se les diagnosticaron enfermedades pulmonares preexistentes —como fibrosis o incluso cáncer— debido a los estudios realizados durante el diagnóstico de la COVID-19, y muchos casos se detectaron a tiempo”.
Vivir con menos aire
Una de esas historias de resiliencia es la de José Trinidad Colula Gómez, médico cirujano que, en 2021, padeció COVID-19 grave y, aunque nunca fue hospitalizado, pasó 20 días en cama con oxígeno a niveles altos y perdió más de 30 kilogramos de peso. Lo que parecía una recuperación, pronto reveló ser una realidad más grave: fibrosis pulmonar.
“Me costaba caminar y subir escaleras, iba lento. Me quitaron el oxígeno a los nueve meses y poco después sufrí una tromboembolia pulmonar que derivó en insuficiencia cardíaca”, cuenta el doctor con voz pausada y firme.
Pasados tres años sigue en tratamiento con inmunosupresores y bajo observación de especialistas, con una enfermedad pulmonar intersticial de origen autoinmune, quizá detonada por la COVID-19.
Las secuelas obligaron a José a jubilarse por discapacidad; pese a ello, ha retomado su vida y da consultas médicas en su consultorio particular. “Aprendí que la vida es frágil. Hay que cuidarse, vivirla bonito, disfrutar lo que se pueda y quererse a uno mismo para querer a los demás”.

Barreto insiste en lo crucial de ofrecer atención interdisciplinaria, pues un paciente respiratorio no sólo puede presentar daño en pulmones, sino problemas cardíacos, metabólicos o psicológicos.
“Por ello se requieren equipos con nutriólogos, psicólogos, rehabilitadores y otros especialistas, y no minimizar señales como tos persistente, fatiga al caminar o dificultad para respirar, y mucho menos los síntomas post-COVID”.
Respirar con conciencia
Durante la pandemia, las tomografías fueron clave para distinguir entre secuelas reales de COVID-19 y enfermedades pulmonares preexistentes.
A decir de Barreto Rodríguez, si se detectaban cicatrices pulmonares en los primeros días, lo más probable es que el paciente ya tuviera una enfermedad pulmonar intersticial no diagnosticada antes del contagio. Si las imágenes de inflamación progresiva propias del SARS-CoV-2 aparecían después, eran secuelas causadas directamente por el virus.
Hay diversas pruebas de función pulmonar, como la espirometría, que mide cómo se inflan los pulmones del paciente y el paso del aire a través de los bronquios. Por su parte, la difusión pulmonar de monóxido de carbono se enfoca en el tránsito del oxígeno que llega al pulmón y va a la sangre, mientras que una caminata de seis minutos identifica si la persona se desatura, es decir, si baja la oxigenación al realizar actividad física, lo cual es esencial para un hallazgo temprano de daño pulmonar.
El también coordinador médico del Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias detalla que algunas señales de alerta son la persistencia de síntomas, como una tos que dura más de ocho semanas (superado ese lapso se le considera crónica). Otra es la disnea o falta de aire progresiva que puede darse al caminar, subir escaleras, hacer ejercicio o incluso al efectuar actividades tan cotidianas como comer o vestirse.
“El seguimiento fuera del hospital, es vital. Quienes salieron de terapia intensiva deben tener cuidados especializados para evitar secuelas y regresar lo antes posible a sus rutinas. El uso de estudios de imagen, pruebas de función pulmonar y rehabilitación cardiorrespiratoria son parte del seguimiento y tratamiento recomendados”, destaca el responsable de la nueva especialidad en Cuidados Respiratorios de la FENO.
Aunque las investigaciones sobre las secuelas pulmonares post-COVID continúan, las recomendaciones médicas coinciden en que la rehabilitación mejora significativamente la calidad de vida. Pero no todo el daño es reversible, por lo que el mejor tratamiento es la prevención. “Usar cubrebocas en contextos de alta transmisión, lavado de manos, vacunarse cada año, ejercitarse y llevar una buena alimentación no sólo previene la COVID-19, sino las secuelas más devastadoras”, concluye.
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